“¿Hasta cuándo, Señor?”

“Pero yo en Tu misericordia he confiado;

Mi corazón se regocijará en Tu salvación.

Cantaré al Señor, porque me ha llenado de bienes.”

 

“¿Hasta cuándo, Señor?”, esa nos puede resultar una frase conocida, un lamento propio en medio de las dificultades, cuando atravesamos por tiempos de enfermedad prolongada, de pérdidas, o profundo dolor, cuando las pruebas llegan una tras otra y no parece haber alivio, nuestro corazón en angustia puede elevar ese clamor buscando una respuesta, pero, ¿cuál será?

 

El salmo 13 es un salmo del que no se conoce con exactitud las circunstancias que motivaron a David para escribirlo, pero sabemos que él enfrentó numerosos momentos que lo podrían haber llevado a sentirse desfallecer, y que hacen que este salmo inicie con un lamento, una queja intensa al punto de repetir 4 veces la misma pregunta, “¿hasta cuándo?” (vv.1-2).  Pero luego su oración se transforma, su corazón está dispuesto a atender a la voz de Dios, a seguir Su guía y poner todo en Sus manos, a pesar del peligro y del temor.

 

Finalmente, el Salmo termina con una declaración de aliento y confianza, no por la resolución inmediata de los problemas, sino por la seguridad que trae la esperanza renovada, habrá gozo y la prueba pasará. 

 

Hoy vivimos inmersas en una cultura del “aquí y ahora”, con tan solo un “click” muchas de nuestras demandas son satisfechas de manera inmediata, sin embargo, mucha de esta satisfacción es efímera, y no parece tener tanto efecto ante las pruebas, seguimos enfrentando luchas, en el matrimonio, o el trabajo, la familia, los estudios, con nuestra salud, con relaciones complicadas, con nuestros propios pecados, o con todo a la vez, y eso nos abruma hasta el punto de poder llegar a nublar nuestro entendimiento. Entonces necesitamos clamar.

 

Está bien que expresemos a Dios nuestros sentimientos de desconsuelo y desesperación, Él nos conoce y sabe de lo que tenemos necesidad, nos escucha y comprende nuestras emociones y sufrimientos, pero no debemos quedarnos allí, la auto-conmiseración constante hace que perdamos de vista nuestro propósito eterno, por eso, debemos orar confiando en la ciertísima palabra de Dios.

 

Iniciamos el pasaje con una pregunta, y el Señor nos da la respuesta. Vemos que David obtuvo consuelo y ánimo al desahogar su agonía ante el Padre, acudió al único que podía, puede y podrá dar guía y paz en medio de la más terrible tormenta, pero David también creyó, expuso su causa y confío en el poder de Dios, que es el mismo poder que sigue sustentando nuestras vidas en este momento.

 

La fidelidad de Dios es real, es parte de Su naturaleza divina, y permanece inmutable, santa y eterna como Él. No encontraremos en este mundo algo que sacie nuestro ser abatido, porque, como hijos de Dios, nuestra plenitud está en Él, nuestra paz en Su presencia, nuestro gozo en Su salvación y nuestra esperanza firme en Su fidelidad. 

 

Oh Señor, gracias por Tu palabra, por el sustento constante de nuestras vidas. Perdona nuestras flaquezas, por esos momentos en que nuestra fe parece no alcanzar para ver Tu propósito en todo lo que permites en nuestras vidas. Que acudamos a Ti en todo tiempo y podamos cantar de Tus bondades y tu fidelidad. En Jesús, amén.

 

Gracia y Paz, 

Ileanis Martínez

Panamá

 

Estudio Bíblico Relacionado

Recibe nuestras actualizaciones

Recientes