Últimamente me he dado cuenta de que sucumbo a patrones de apatía. Siento que he estado caminando por la vida al son de los zumbidos de este mundo, dejando que la ansiedad afecte a mi persona y a mi propósito. Yo extraño ser testigo de cómo la verdad libra una guerra y vence a las mentiras y las tinieblas. Yo extraño sentir el poder del Espíritu a través de la oración. Tal vez sientas que te encuentras en una situación similar.
Amiga, yo escucho a Dios llamándonos a ser abrazadas por Él de nuevo y a recibir Su gracia de nuevo. Le oigo recordarnos suavemente y poderosamente que volvamos a poner nuestra mente en Él y que centremos nuestros pensamientos en el futuro que nos espera. Le oigo invitándonos a llenarnos de alegría y paz mientras le confiamos todo lo que hemos intentado controlar. Le oigo animarnos a renovar nuestra esperanza.
La esperanza es un manantial de bondad, verdad y belleza. Esperar es participar en lo divino. Esperar no es invalidar el dolor presente, sino más bien reconocer el dolor presente y dar gracias a Dios por un futuro libre de dolor. Como creyentes, no esperamos en algo que puede suceder o no. Tenemos la seguridad de que en Cristo hay un futuro para nosotras, libre de sufrimiento y lleno de amor perfecto (véase Apocalipsis 21:1-4).
La voz del Señor habla sobre nosotros en 1 Juan 3, declarando que somos Sus hijas cuando creemos en Él. Esto significa que Dios es nuestro Padre perfecto, Aquel que nos ama, nos provee y nos protege. Esto significa que Dios nos enseña, nos toma de la mano y nos consuela. Esto significa que tenemos una habitación en la casa de Dios y que todo lo que Dios tiene es nuestro. Esto significa que estamos seguras, que pertenecemos a alguien y que tenemos una familia para siempre. Esta verdad declarada sobre nosotras que por Dios mismo es un motivo de esperanza.
La esperanza hace algo más que hacernos sentir bien. La propia transformación de nuestra persona y nuestro ser se ve facilitada por la acción meritoria de la esperanza. En otras palabras, cuando participamos en la actividad de esperar lo que está por venir debido a la muerte y resurrección de Jesucristo, nuestra vida, pensamiento, actitud y comportamiento cambian. Cuando ponemos nuestras mentes en las cosas celestiales, nuestros pensamientos son gobernados por la bondad y la paz, y comenzamos a liberarnos de la preocupación. Además, cuando adoptamos una perspectiva ascendente de esperanza, descubrimos un propósito más satisfactorio para nuestras vidas. En lugar de existir para ser conocidas por los demás, nuestro propósito se convierte en amor por todas las personas y por nosotras mismas. Y cuando esperamos, nos parecemos a Cristo y damos los frutos de su Espíritu (Gálatas 5:22-23).
Alguien muy querido para mí me recordó que, como creyentes, luchamos con las armas más tiernas, armas que el mundo no conoce. La esperanza es un arma tierna, porque esperar es tomar a Dios al pie de la letra y confiar en que Él hará la guerra por nosotras y vencerá. El salmista canta esto en el Salmo 27:13-14:
“Hubiera yo desmayado, si no hubiera creido que había de ver la bondad del Señor en la tierra de los vivientes. Espera al Señor; esfuérzate y aliéntese tu corazón. Si, espera al Señor.”
Amiga, debes saber que dentro de ti habita el poder más poderoso. Tienes el Espíritu de Dios viviendo dentro de ti como creyente en Cristo, y el Espíritu de Dios vence la oscuridad más profunda. Tienes luz, tienes esperanza y tienes victoria.
Gracia Ann