Viviendo en Amor y en Obediencia

 

Hace unos años, cuando leí Efesios, subrayé con color púrpura cada vez que aparecía «en Cristo», «en Él», «en el Señor», etc. Ahora, con solo echar un vistazo rápido, cuento treinta ocasiones en las que Pablo utiliza esta frase para enfatizar la obra redentora de Jesús y el papel que tiene en nuestra identidad. Cada vez que leo un pasaje de Efesios, mis ojos se fijan en cómo esta idea está entretejida en nuestra identidad. Somos salvas en Cristo, por Cristo, y ahora vivimos para Cristo. 

 

Anteriormente en su carta, Pablo ya establece a Jesucristo como el fundamento de la familia. Se exhorta a las esposas y a los esposos a reflejar la relación entre Cristo y la iglesia. Se les llama a amar a la manera de Cristo, a amar como Cristo amó, desinteresadamente y con un corazón de siervo. La sumisión amorosa en el matrimonio refleja la sumisión de Cristo a la iglesia.

 

Las exhortaciones de Pablo para los hijos y los padres no son diferentes. A los hijos se les dice que obedezcan a sus padres en el Señor. La obediencia amorosa en una familia refleja la obediencia a la que estamos llamadas como hijas de Dios.

 

 

Obedecer desde el amor que hemos experimentado

 

El deseo de Dios para la unidad familiar es que los hijos amen, honren y respeten a sus padres en respuesta a una crianza amorosa, amable y misericordiosa. Hacemos esto de la misma manera que amamos a Dios Padre a través de la obediencia, porque Él nos amó primero. Podemos obedecer a Dios libremente y con alegría gracias a Jesucristo. Es en y a través de Cristo que nos reconciliamos con Dios y somos adoptadas como Sus hijas. 

 

Este versículo se aplicará de manera diferente a cada una de nosotras, ya que todas nos encontramos en diferentes relaciones y etapas de la vida. Algunas de nosotras estamos enseñando a nuestros propios hijos a obedecer la autoridad que Dios nos ha dado como madres. Puede que estemos luchando contra las actitudes de los preadolescentes, las rabietas de los niños pequeños o el coro de «no puedes obligarme». Algunas de nosotras aún no somos madres, o estamos de duelo por la pérdida de un hijo, o atravesando una etapa solitaria de infertilidad. Muchas de nosotras estamos descubriendo lo que significa honrar y respetar a nuestros propios padres a medida que hemos crecido y hemos formado nuestras propias familias.

 

Para aquellas de nosotras cuyos padres viven en obediencia a Dios, esto puede resultar más natural. Para las que estamos buscando cómo obedecer fielmente el mandamiento de amar a nuestros padres, quienes aún no nos han amado primero. O tal vez hemos perdido a nuestros padres y el impulso de saltarnos este versículo nos ayuda a suavizar nuestro dolor. 

Oro para que, al leer el pasaje de hoy, el Señor te brinde consuelo y fortaleza en cualquier etapa de la vida en la que te encuentres. 

 

Que su abundante amor llegue a los rincones de tu corazón donde hay dolor, frustración o donde la soledad este luchando por echar raíces.

 

 

Amar desde el amor que hemos experimentado

 

Una cosa que todas compartimos como hijas de Dios es el profundo consuelo que nos da saber que podemos descansar en el amor que nuestro Padre Celestial nos tiene. Antes de aprender a criar a nuestros propios hijos en obediencia o a honrar a nuestros padres mediante el servicio y la obediencia, primero debemos descansar y meditar en el cuidado que nuestro Padre tiene por nosotras. 

 

Dios no es un padre iracundo que nos incita al pecado, sino un Padre misericordioso y amoroso que nos invita a ser coherederas con Su Hijo (Romanos 8:17). Pablo escribe maravillosamente que está «convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los gobernantes celestiales, ni las cosas presentes, ni las cosas por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa en la creación podrá separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Romanos 8:38-39).

 

Una vez más, se nos recuerda que esta relación amorosa que tenemos con el Padre tiene sus raíces en Cristo Jesús. Una vez que conocemos el amor inquebrantable de Dios, arraigado en la obra redentora de Cristo, comenzamos a comprender cómo es la obediencia gozosa al Padre. Y es este ejemplo el que debe guiar nuestra propia crianza y obediencia en las relaciones terrenales. 

 

Como madres, como hijas y como cristianas, estamos llamadas a amarnos unas a otras en respuesta al amor que Dios nos tiene en Cristo Jesús. Dediquemos tiempo a nuestro Padre, aprendiendo de su paciencia, gracia, misericordia, disciplina y amor, para que podamos seguir el ejemplo de la obediencia de Jesús al Padre.

 

Andrea López

 

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