Uno en Cristo

 

Cuando nos vamos de vacaciones, generalmente vamos a la iglesia donde sea que estemos visitando. Me encanta reunirme con el pueblo de Dios en varios lugares porque me ayuda a sentirme más conectada con la iglesia global. 

 

Una de mis primeras experiencias de conocer creyentes en todo el mundo fue cuando tenía 20 años. Viajé con una organización misionera durante un mes a Europa del Este, y el Señor sorprendentemente me proporcionó todo lo que necesitaba. ¡En mi emoción juvenil, me inscribí sin saber cómo iba a afrontar los costos de esta misión. 

 

Antes de partir con nuestros equipos en Europa del Este, nos reunimos para entrenar en una escuela en Estonia. Había gente de todo el mundo, y todas éramos muy diferentes. Estoy segura de que la gente de la ciudad en la que nos alojamos estaba mirándonos a todas pensando: “¿Quiénes son estas personas? ¿Qué los conecta?” Realmente, sólo teníamos una cosa en común: Jesucristo.

 

La última noche antes de partir para servir a Dios, nos reunimos para un tiempo de oración y alabanza. Todavía recuerdo aquella cálida noche de verano. Al final de nuestro tiempo de adoración, salimos y, en lugar de irnos, nos reunimos en un círculo, tomados del brazo, cantando himnos y canciones sin acompañamiento. Estábamos adorando a Dios todos juntos. Era como una pequeña muestra del cielo, donde personas de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas se reunían ante el trono de Dios (Apocalipsis 7: 9-10). 

 

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La primera parte de la lectura de hoy habla de la ley. Esta es la ley que Dios le dio a Moisés cuando estaba estableciendo a los israelitas como nación. La ley no fue eliminada por Jesús; Él vino a cumplirla (Mateo 5:17–18;  Lucas 24:44-47). La ley todavía nos señala la incapacidad de vivir como Dios lo diseñó. Nos habla de nuestra necesidad de un Salvador. 

 

Sólo hay un Salvador: Jesús. La fe en Cristo nos declara adoptadas a través de la fe. Hemos sido escogidas para ser parte de la familia de Dios. Somos descritas como hijas, pero no se ofendan por esto. En la cultura de Pablo, solo los hijos podían heredar, y por lo general, ¡el hijo mayor heredaba todo! Somos descritas como hijas a través de Cristo porque nuestra herencia es segura. Pasaremos la eternidad con el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo y todo Su pueblo.

 

Dios provee para nuestro futuro y también para nuestro presente. Estamos revestidas de Cristo. Él nos hace dignas. A través Suyo, podemos entrar en la presencia misma de Dios. 

 

Entonces, al reunirnos como pueblo de Dios, somos uno en Cristo. Cuando estamos orando, aprendiendo de la Palabra de Dios, siendo edificadas, partiendo el pan, animándonos y desafiándonos unas a otras, somos uno en Cristo. Cada una de nosotras es una pecadora que no lo merece, escogida y salvada por la maravillosa gracia de Dios. 

 

Los cristianos se pertenecen unos a otros de tal manera que las cosas que podrían tratar de separarnos, como la raza, los ingresos y el género, no lo hacen porque lo que es más importante nos combina. Somos un solo cuerpo en Cristo. 

 

Desafortunadamente, esta no siempre es nuestra experiencia en la iglesia. Pablo estaba escribiendo a la iglesia dividida en Galacia, donde algunos decían que los griegos necesitan convertirse en judíos para ser cristianos apropiados. Pablo responde con fuerza. Es la fe en Cristo y la pertenencia a Él lo que importa. 

 

Lo que Pablo está diciendo en estos versículos es que independientemente de nuestra etnia, ingresos o género, somos uno. Somos igualmente herederas de todas las promesas de Dios a través de la fe en Jesús. Somos hijas de Dios antes que cualquier otra cosa. Somos uno en Cristo, tratadas por igual por Él. Somos una nación santa, esparcida entre las naciones, para ser una luz, llamando a otros a seguirle.

 

Me sorprende pensar que leerás este blog en diferentes países y ciudades, tal vez incluso en un idioma diferente (¡gracias, traductoras!). Dios nos ha colocado a cada una de nosotras en contextos diferentes. Probablemente nunca te he conocido, pero tenemos una cosa en común: Jesucristo. Entonces, mi hermana en Cristo, somos uno. 

 

“Que el Dios de la paciencia y del consuelo os conceda que entre vosotros estéis de acuerdo según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, aceptaos los unos a los otros, como también Cristo nos aceptó, para gloria de Dios” – Romanos 15:5–7

 

Julie

 

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