Ha pasado un poco de tiempo desde que era una adolescente en clase de Biblia, pero aún recuerdo claramente al líder enseñando verdades eternas de Efesios 6 sobre la armadura de Dios. Sus palabras aún resuenan en mis oídos sobre cómo, como seguidores de Jesús, estamos llamados a un campo de batalla,y ¡no a un parque de atracciones!
Debo confesar que poco sabía o entendía en aquellos primeros días de mi camino de fe sobre lo astuto que es el enemigo, lo intensa que puede ser la batalla y lo crucial que es estar revestida a diario con la armadura que Dios proporciona a su pueblo.
Hoy, al ponernos la “coraza de justicia”, miramos la Palabra de Dios para que nos recuerde por qué la necesitamos y la importancia que tiene en la armadura.
La coraza cubría los órganos vitales del soldado -el corazón y los pulmones- y era, por tanto, fundamental para protegerlos del ataque del enemigo.
La Palabra de Dios advierte de que nuestros corazones son engañosos y están llenos de pecado, por eso necesitamos protegerlo, es el núcleo mismo de lo que somos, la fuente de nuestros afectos y anhelos. Al confesar nuestros pecados, oramos como el salmista para que Dios cree en nosotras un corazón limpio y un espíritu recto (Salmo 51:10).
Nunca podríamos estar a la altura de la norma de santidad de Dios, ni podríamos intentar ser lo suficientemente buenas para agradar a Dios y quedar bien con Él. Qué maravilloso y tranquilizador es saber que la justicia de la que estamos revestidas es la de Cristo y no la nuestra.
La coraza de justicia que Dios nos da para vestir, es nuestra ,debido a Cristo; Su muerte en la cruz, Su sangre derramada por nuestros pecados, y la victoria que podemos conocer es porque Él ha conquistado el pecado, la muerte y el infierno.
Recibimos Su justicia por la fe. Se trata tanto de una transacción “de una vez por todas” como de una decisión diaria. La salvación es nuestra cuando nos arrepentimos y reconocemos nuestra necesidad de Cristo. Sólo Él nos hace justas ante Dios.
Pero, mientras aún vivamos en la tierra, lucharemos contra el pecado y el enemigo de la carne, por lo que debemos confiar en el Espíritu de Dios para que nos capacite para vivir vidas santas, reflejando la bondad de Jesús, mostrando el fruto de su Espíritu y buscando y deseando la transformación de la santificación, que es la obra continua de la justicia de Dios en nosotras.
El maligno hará todo lo posible por destruimos, y nuestro corazón es su objetivo primordial de ataque. Tenemos que esforzarnos al máximo para asegurarnos de que nuestros corazones sean obedientes, puros y estén centrados en Dios , en amarle por encima de todo y de todos los demás, decisiones que sólo podemos tomar con la fuerza y el poder que Cristo nos da.
La coraza también cubre y protege los pulmones. No hace falta decir que ¡necesitamos oxígeno para vivir! ¡Necesitamos respirar! Qué gran exhortación encontramos en el Salmo 150:6 – “¡Que todo lo que respire alabe al Señor!”
Alabar a Dios en el fragor de la batalla, cuando nos sentimos derrotadas, heridas y cansadas, puede parecer lo más alejado de nuestra mente o lo más difícil de hacer. ¡Qué poderoso es enfrentarnos al enemigo y elegir la alabanza como nuestro grito de guerra! Y qué testimonio es, en este mundo oscuro, para quienes observan cómo afrontamos las pruebas y la oposición, oírnos proclamar la bondad de Dios y atribuir grandeza a Aquel que siempre es digno de nuestra alabanza.
En los Salmos, David nos da muchos ejemplos de ello. Cuando los hombres de Saúl fueron enviados para asesinarlo, David derrama su corazón a Dios y luego declara: “¡Tú eres mi fuente de fortaleza! ¡Te cantaré alabanzas! Porque Dios es mi refugio, el Dios que me ama” (Salmo 59:17).
Querida amiga y compañera de armas, ¿te ha robado la batalla tu canto? ¿Por qué no te pone la coraza y elige alabar a Dios hoy, a pesar de tus sentimientos o circunstancias? Nada hará que el enemigo huya más rápido ,que escuchar el grito de victoria que es nuestro ,en Jesús.
Podemos alabarle porque…
Todos nuestros pecados, pasados, presentes y futuros, han sido pagados en la cruz por nuestro Salvador resucitado y conquistador. Estamos revestidas de la justicia de Cristo.
Podemos apoyarnos en Su promesa de que nunca nos abandonará, incluso cuando la batalla sea feroz. Nada podrá separarnos jamás de Su amor. Él nos da compañeras piadosas para que estén a nuestro lado, orando y espoleándonos.
Tenemos la esperanza segura y cierta de un día venidero, cuando Cristo regrese para llevarse a los que son suyos para estar con Él para siempre: toda opresión e injusticia serán reparadas y no habrá más sufrimiento ni pena, enfermedad ni lágrimas.
Habrá un día en que ya no necesitaremos la armadura, pues esta batalla terrenal habrá terminado y reinaremos en victoria con nuestro Salvador y Rey.
Hasta entonces, tomemos Su armadura, pongámonos la coraza de la justicia, manteniéndonos firmes en la batalla, sabiendo con plena seguridad, junto con el apóstol Pablo (2 Timoteo 4:8) que recibiremos “la corona de justicia” reservada para todos aquellos que aman a Jesús,que soportan las dificultades como buenos soldados, que mantienen la fe y anhelan Su regreso.
¡Que nuestros corazones se animen hoy por la esperanza que tenemos en Aquel que ganó la batalla por nosotras!
Katie
Semana 2 – Plan de Lectura
Semana 2 – Versículo a Memorizar