“Por lo tanto, tengo la intención de recordaros constantemente estas cosas aunque las sepáis y estéis bien establecidos en la verdad que ahora tenéis”.
Como madre de cinco niños pequeños, con una maestría en educación, esta declaración del apóstol Pedro es una de mis favoritas de todos los tiempos.
¿Cuántas veces al día tengo que recordarles a mis hijos que recojan sus calcetines… o que apaguen las luces… o se laven los dientes? A pesar de que conocen sus tareas diarias (¡están escritas en nuestro refrigerador!), ¡necesito recordárselas constantemente! Sería fácil concluir que son sólo niños y que es por eso que es necesario que se los recuerde. Pero para ser honesta, sé que incluso los adultos olvidamos rápidamente. No solo olvidamos lo que teníamos que recoger en la tienda, o cuándo sacar la basura, o nuestro aniversario de bodas, sino que también nos olvidamos de quiénes somos en Cristo. ¡Olvidamos que hemos sido limpiados de nuestros pecados pasados y las promesas de Dios de regresar por nosotros y su llamado a vivir para Su reino eterno!
Es fácil quedarse estancado por el desánimo, el peso de los problemas cotidianos, las consecuencias del pecado o por circunstancias externas. Lo cierto es que no podemos negar que el olvido es una condición que caracteriza la naturaleza caída del alma humana. No cabe duda que somos rápidos en olvidar.
Le doy gracias a Dios que nos haya dado muchas maneras de combatir nuestro olvido, una de ellas es Su Santa palabra que nos recuerda verdades preciosas, otra manera es mediante la comunidad de creyentes que constantemente declara verdades en nuestras vidas y por medio de la cual también podemos recordamos unos a otros quiénes somos en Cristo Jesús.
Así como Dios me ha recordado quién es Él, también tengo la tarea de recordárselo a mis hijos diariamente. Sí, les recuerdo cosas como sus quehaceres diarios, pero también es importante recordarles las verdades de Dios en sus vidas. Les digo que son amados, que son pecadores redimidos por la gracia y que Dios siempre perdona y nos da una segunda oportunidad. Un día ya no podremos recordárselo. Pero, “mientras estoy en este tabernáculo, tengo por justo incitarlos a modo de recordatorio”.
Como Pedro, recordémonos unos a otros, con amor, estas preciosas verdades. Somos amados. Estamos perdonados. Somos redimidos en Cristo. ¡Nuestra salvación y redención están seguras y Jesús regresará para llevarnos a casa para siempre!
¿Tienes personas en tu vida que te recuerden las verdades de Dios? La comunidad cristiana es muy importante, especialmente cuando caminamos por el valle de los días difíciles. ¡Comunícate con otros y pídales aliento y apoyo! Te animo a que seas el tipo de creyente y amigo que les recuerda a los demás de su identidad en Cristo y las verdades del evangelio. Que escuchen que son amados y perdonados. ¡Es posible que lo necesiten más de lo que te imaginas!
Krista Taylor
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