Pérdida y Soledad

 

La pérdida y la soledad son situaciones que siempre están presentes. A pesar de que cerramos el estudio de esta semana sobre estos temas, ellos no llegan a su fin en nuestras vidas.

 

Yo experimenté una pérdida cuando era adolescente. Si bien la nube oscura y opresiva de tristeza, miedo y desesperación se ha disipado, me ha dejado cicatrices que, de vez en cuando, afectan mi vida adulta.

 

Tampoco soy ajena a la soledad. Recuerdo que me dejaron en un internado en África y, en cuanto mi familia se marchó, me invadió la soledad. Soy introvertida y me resulta difícil hacer amigos, pero a todos nos hace falta estar con otras personas. Dios nos ha dado el deseo de ser vistos y amados, y de sentirnos valorados, apreciados e incluidos.

 

La soledad y la pérdida pueden formar parte de nuestras vidas durante una temporada o muchas. Ni siquiera tenemos que buscar muy lejos en los Salmos para ver a sus autores derramar sus corazones de soledad, miedo, confusión y duda. En el Salmo 42, David admite su profunda tristeza hasta el punto de que sus lágrimas son como su única fuente de alimento (vs. 3).

 

 

La trampa de la desesperación

Desde el momento en que el pecado entró en el mundo a través de Adán y Eva, las experiencias de pérdida y soledad han sido partes constantes de la experiencia humana rota. Se pierde la vida, el trabajo o el dinero, se pierden la inocencia y la confianza, la alegría y el consuelo.

 

La pérdida y la soledad traen consigo sentimientos terribles. Nos atraen a hacer cosas que no son buenas para nosotros o que no glorifican a Dios. Muchas de nosotras nos dejamos llevar por nuestros sentimientos y nos sumergimos en la tristeza y la desesperación, dejando que nos quiten la energía, la autodisciplina, la motivación y el cuidado.

 

Otras personas harán todo lo posible por evitar sentirse solas o experimentar pérdidas. Quizás signifique no quedarse nunca sin novio, o tener que estar siempre rodeada de gente. Otras mentirán, robarán o manipularán para tener o ser queridas.

 

 

La libertad de la esperanza verdadera

Pero una de las lecciones que aprendemos de el salmista es que él nunca se entrega a la desesperación. Siempre vuelve a la única verdad que puede liberar -y liberarnos-. Nuestra esperanza es Dios. Siempre Dios.

 

¿Por qué te abates, oh alma mía,

Y por qué te turbas dentro de mí?

Espera en Dios; 

 

Dos veces en el Salmo 42 el salmista le habla a su alma, diciéndole que espere en Dios.

Su fe razona con sus temores, su esperanza debate con sus tristezas. – C.H. Spurgeon

 

¿Porque? Simplemente por que podemos perder todo lo que es terrenal, pero no perderemos lo espiritual. Todo lo que es eterno es seguro. No perderemos nuestras almas o nuestra salvación porque sencillamente ¡no perderemos a Dios!

 

Por tanto, Su amor y Su fidelidad para con nosotros son sólidos como una roca. Como Dios es omnipresente, su bondad y su consuelo nos rodean en todo momento. Su compasión nunca vacila y Su fuerza está ahí para sostenernos y llevarnos.

 

El quebrantamiento trae pérdida y soledad a todos los seres humanos sin excepción. Pero aquellos que invocan el nombre del Señor encontrarán consuelo y sabiduría para hoy, y encontrarán fuerza para mañana. Entonces alabaremos al Señor y experimentaremos su alegría divina.

 

 

Mirando a Jesús,

Jen

 

 

 

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