Paz en la Espera 

 

Al concluir su segunda carta, Pedro recuerda una vez más a sus amados lectores que esperen con diligencia el regreso de Cristo para que puedan ser hallados en paz. Al leer su exhortación, no puedo evitar pensar en las muchas temporadas de espera por las que he pasado. Un verano de espera entre el compromiso y el matrimonio. Dos embarazos esperando la llegada de un nuevo bebé pequeño. Un año esperando la autorización médica para trasladarme al campo  misionero, en el extranjero. Si soy honesta, una de las últimas palabras que usaría para describir esas temporadas es pacífica. ¿Agobiante? Sí. ¿Ansiosa? Por supuesto. ¿Emocionante? A veces. 

 

Las épocas de espera en mi vida se han caracterizado a menudo por la tensión y la trepidación. Me encuentro capturada entre el deseo de la seguridad y la comodidad que encuentro cuando siento que controlo el presente y la esperanza que tengo de que el futuro pueda traer algo nuevo y vivificante. 

 

Pero la realidad es que muchas de las cosas que anhelamos y esperamos durante nuestra estancia en la tierra no están a la altura de nuestras expectativas. A menudo lo que esperamos, anhelamos, rezamos y aguardamos no trae lo que exigimos. Aparte de las promesas de Dios, nada es seguro en esta vida. Pero, ¡aleluya, tenemos esas promesas de Dios! Conocemos el final de nuestra historia. Esperamos algo seguro y firme, una esperanza que no puede ser sacudida. 

 

Como Pedro nos recuerda con tanta firmeza, Jesús regresará. Ni una sola de nuestras expectativas sobre el regreso de Cristo se verá defraudada. De hecho, creo que nuestras expectativas terrenales en cuanto a la eternidad con Jesús se quedarán sorprendentemente cortas con respecto a lo que realmente experimentaremos en Su presencia. Y eso debería traernos una paz profunda. Esta promesa futura que esperamos se basa en la fidelidad pasada y presente de Dios. Creemos que Jesús volverá porque ya hemos experimentado el poder transformador de la vida y la gracia de Su obra redentora sobre la cruz. Hemos visto Su gloria y Su poder plenamente desplegados en nuestras vidas a través de la plenitud que nos aportan Su muerte y Su resurrección. Es esta tensión entre el ya y él aún-no de la gloria de Cristo lo que nos impulsa hacia adelante con esperanza. 

 

Pero nuestra espera pacífica no consiste en atrincherarnos y escondernos hasta que Jesús regrese. La paz que Dios nos da no consiste simplemente en la ausencia de miedo, inquietud o preocupación. Se trata de volver a tener una relación con el Dios que nos creó, nos ama, nos quiere y tiene un plan para nosotras, y de crecer en esa relación. 

 

Esta paz nos recuerda que hemos sido reconciliadas con Dios y hechas completas en Cristo. Pablo nos recuerda la promesa de Dios: “Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Romanos 5:1 NBLA). 

 

En el cuerpo de Cristo, o la Iglesia, la paz nos anima a buscar la unidad y el amor entre nuestras hermanas cristianas mientras crecemos juntas en la imagen de Cristo. Me siento atraída de nuevo al recordatorio de Pedro de que somos el pueblo de Dios y que juntas proclamamos Sus excelencias (1 Pedro 2:9-10). En el mundo, nuestra paz nos impulsa a ser pacificadoras, a compartir La Buena Nueva de Jesús con las demás para que ellas también encuentren la paz en Él. Jesús enseña que “Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios.” (Mateo 5:9 NBLA). 

 

Al estudiar este pasaje, el Señor me ha traído a la mente algunas preguntas para reflexionar: 

 

¿Estoy priorizando la paz en mi corazón? ¿Sigo trabajando y esforzándome para ser lo suficientemente buena para ganarme la gracia de Dios, o descanso en el regalo de la gracia salvadora de Dios? ¿Cómo puedo empezar cada mañana recordando a mí misma que estoy reconciliada con Dios por la muerte y resurrección de Jesucristo? 

 

¿Estoy persiguiendo la paz con mi comunidad cristiana? ¿Aprecio el cuerpo de Cristo y deseo que la Iglesia crezca en madurez y unidad? ¿Unidas, cómo sería que mi comunidad cristiana se pareciera más a Jesús?

 

¿Siembro paz en el mundo perdido que me rodea? ¿Busco oportunidades para compartir la verdad de la paz de Dios con quienes me rodean cada día? ¿Cómo puedo crecer en mi vida de oración por la salvación de familiares y amigos?

 

Pedro nos da el secreto para esperar con paz. Nos exhorta a “crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” cada día. Si esperamos con diligencia, si profundizamos en el conocimiento de nuestro Salvador, si dedicamos tiempo a escuchar Sus promesas a través de la oración y de Su palabra, nos encontraremos ancladas en la gratitud por la paz que nos ha traído, marcadas por el amor fraternal hacia los santos que ha puesto a nuestro lado para caminar con ellas, y llenas de compasión por ver al mundo llegar a compartir esta paz. Mi oración es que un día todas estemos preparadas para cuando el Príncipe de la Paz vuelva a llamarnos hacia el cielo.

Andrea Lopez

 

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