Nuestro Poderoso Testimonio

 

Una de las últimas veces que compartí el evangelio no salió tan bien. De hecho, fue un desastre.

Dos damas jóvenes se me acercaron en una librería de Barnes & Noble mientras estaba comprando una Biblia Devocional. Tal vez porque estaba en esa sección específica,  sintieron que sería más fácil acercarse a mí.

Me preguntaron si había escuchado hablar de  “Dios Madre” y empezaron a compartir los  principios de su fe.  Interrumpí impacientemente para refutar sus afirmaciones y compartir el evangelio, el Evangelio de Jesucristo con ellas. Cuando lo hice, las cosas se volvieron polémicas. Terminó en una pelea a gritos entre nosotras en medio de la librería.

Estaba mortificada. Me sentía avergonzada. Me condené a mí misma.

¿Por qué me puse tan a la defensiva y me frustré con ellas?  ¿Por qué no compartí el amor de Cristo con ellas? ¿Por qué no fui más rápida para escuchar y más lenta para hablar?  ¿Por qué no compartí mi testimonio? ¿Por qué ni siquiera recordé preguntarles si deseaban la verdadera salvación a través de Jesús?

Tengo que ser honesta.  Esa experiencia me hizo bastante tímida para compartir valientemente el evangelio. Aunque aquellas jóvencitas se me acercaron, todo lo que podía imaginar era que alguien reaccionara hacia mí de la misma manera que yo reaccioné hacia ellas.

Como creyentes Dios nos llama a hablarle a la gente acerca de Jesucristo. El propósito  y la misión de la vida de un creyente es salir y compartir, pero Dios nunca nos envía  solas.  El Espíritu Santo va delante de nosotras para allanar el camino y vive dentro de nosotras para equiparnos para hablar con valentía, eficacia y humildad. ( Hechos 4:29,31; Hechos 14:1; Mateo 10:20).

Dios en Su soberanía, nos coloca en el lugar correcto, en el tiempo correcto para compartir con aquellos que lo necesitan (Deuteronomio 31:8,  Salmos 139:5). Todo lo que tenemos que hacer es estar preparadas a tiempo y fuera de tiempo para compartir la razón de la esperanza que vive en nosotras ( 1 Pedro 3:15).

Cuando compartimos, podemos seguir el ejemplo de Pablo en Hechos 26. Pablo fue valiente pero mantuvo su humildad cuando compartió el evangelio.  Pablo compartió el evangelio de Jesucristo,  pero también compartió su testimonio personal.  Cuando permitamos que el Espíritu Santo guíe todas nuestras conversaciones, Él abrirá oportunidades para compartir nuestra fe  ( Apocalipsis 3:8).

En hechos 26, Dios divinamente había colocado a Pablo en posición de compartir su fe y su testimonio ante el rey Agripa. En lugar de ceder al temor, Pablo dijo que estaba feliz no solo por la oportunidad de defenderse, sino también por la oportunidad de compartir el evangelio con los más altos funcionarios reales de aquel tiempo.

Muchas veces fallamos en ver que Dios nos ha colocado divinamente donde estamos para que demos frutos a los que nos rodean ( Juan 15:4-5,16).

Tú y yo tenemos el alimento que los miembros de nuestra familia, vecinos, compañeros de trabajo, e incluso seguidores de redes sociales necesitan. Debemos preguntarnos:  “¿Qué les estamos dando de comer?”

En los versículos 1-23, Pablo compartió la verdad del evangelio de Jesucristo como el único camino hacia la salvación y la reconciliación con Dios. Notemos que Pablo también compartió su testimonio personal de cómo llegó específicamente a la salvación.

Nuestro testimonio personal es importante porque es la historia única de cómo Dios transformó nuestras vidas.   Nuestro testimonio es simplemente esto: Cómo era mi vida antes de Cristo y cómo ha cambiado desde la salvación.  A pesar de que la gente pueda discutir sobre puntos específicos de la Biblia, nadie puede refutar nuestra historia personal  de la obra milagrosa de Dios en nuestras vidas.

Notemos en los versículos 24-29, Pablo fue burlado y ridiculizado. No es nuestro trabajo persuadir, intimidar, o culpar a nadie para que acepte a Jesús como su Salvador. Todo lo que nosotras hacemos es compartir con valentía y humildad, y después dejamos que el Espíritu Santo haga el resto.

Frecuentemente oro para que Dios me permita otra oportunidad de encontrarme con aquellas jovencitas. Me disculparía por mi arrogancia y frustración. Luego compartiría humildemente y con amor.

Dios me amó tanto que envió a Su Hijo Jesucristo a morir para pagar el precio de mis pecados. Fui una joven fugitiva, una esclava del pecado sexual, prostitución, y pronografia,  atrapada por el alcohol y píldoras, que vivió una vida imprudente de desesperanza, ira y  desesperación. Cuando estaba en mi peor momento, enfrentándome a la muerte, volví en mí y reconocí que todo lo que estaba haciendo estaba mal. Imploré a Dios que me ayudara, que me arreglara, que me salvara. Creí en mi corazón que Él podría hacerlo. No lo entendí en ese momento, pero Jesús estaba vivo a la diestra de Dios, orando por mí.  Gracias a la muerte, sepultura y resurrección de Jesús, Dios extendió Su poderosa mano hacia mi vida y me rescató. Me hizo nueva criatura. Mis circunstancias no cambiaron inmediatamente, pero la única cosa que sí cambió inmediatamente fue que tenía esperanza. Me sentía amada de una manera que nunca antes había sentido. Me rendí, al tiempo que Dios metódicamente me limpió, enmendó mi roto corazón, sanó viejas heridas, removiendo personas de mi vida,  enseñándome cómo vivir para Él y amar como Él ama.

Puede ser espantoso compartir el evangelio. Podemos ser ridiculizadas, burladas, despreciadas y abandonadas. Pero tomamos ese riesgo porque amamos a Dios.  Amar a Dios significa que debemos amar a todo tipo de personas, incluso las que no son amables, las que son desagradables y también las irrespetuosas (Mateo 22:37-39). Dios promete proveernos de poder, de palabras, y de la gracia para hacerlo con excelencia (Mateo 7:7-8).

 

¿Cómo podemos orar por ti mientras sales al mundo a compartir el evangelio y tu testimonio?

 

Paz y gozo para ti.

Terria

 

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