Estoy tan agradecida de que Dios envió a Jesús a la tierra para mostrarnos Su rostro y Su corazón, y para salvarnos del castigo del pecado. Él es un Dios que se preocupa tanto por nosotras que sacrificaría la vida de Su Hijo para salvarnos y mostrarnos la profundidad de Su amor. A través de la revelación de Cristo en la Palabra de Dios, podemos conocer a Dios íntimamente y familiarizarnos con Su voz.
Al final del tiempo de Jesús en la tierra, con gran poder y amor, comisionó a todos los que creen en Él a testificar de Su amor y guiar a otras almas a encontrar salvación y propósito en Él (Mateo 28:18–20). Aquí, Jesús nos dice directamente cuál es nuestro propósito mientras caminamos por esta tierra, esperando nuestro hogar en el reino celestial: llevar a los demás hacia Él. Que hermosa vocación. Qué magnífica razón para vivir y seguir adelante. Independientemente de dónde estemos o lo que hagamos, toda la familia de Dios está centralizada en la misión eterna de Cristo.
Me encanta pensar en la belleza de la Iglesia. Es el cuerpo de creyentes de todo el mundo, conectados por la sangre de Cristo. Sin importar de dónde seamos o cómo seamos, si hemos aceptado a Cristo, hemos sido adoptadas por Dios y somos hermanos y hermanas en Cristo. Todas esperamos el día en que nos postraremos ante el Cordero y cantaremos de Su gloria y majestad sin fin.
Desafortunadamente, la Iglesia a menudo puede contaminarse con ideas culturales o deseos egoístas. Ha habido muchos momentos en los que he perdido de vista la misión del amor y he guardado rencor contra mis hermanos o hermanas en Cristo. Me animó leer en Hechos 2 que los creyentes deben ser apartados y completamente unificados y de unanimidad. Debemos lucir diferentes al mundo y dar el fruto del Espíritu. Debemos ser personas de amor y de paz, y esto solo es posible si andamos en sintonía con el Espíritu sin cesar y abandonamos nuestros deseos carnales (Gálatas 5:16).
Verás, la única forma en que podemos cumplir la misión eterna de amar las almas hasta el corazón de Dios, como Jesús nos encomendó, es si primero amamos a nuestros hermanos y hermanas. Debemos mantener el cuerpo sagrado y santo, libres de conflictos. Debemos proteger el cuerpo de Cristo de los contaminantes y mentiras de la cultura y de los argumentos que pretenden dividir a los creyentes. Debemos unirnos sobre la verdad fundamental de que Dios envió a Su Hijo para ser el Salvador del mundo (1 Juan 4:14). De esta manera, la familia de Dios estará marcada por el amor. Aunque el mundo no puede ver a Dios, nuestro amor mutuo les hará conocer Su carácter (1 Juan 4:12).
En Juan 17, Jesús ora a Su Padre por los creyentes en todas partes, por aquellos que llegarían a conocerlo a través del testimonio de Su gracia. En esta oración, vemos que Jesús les da a los creyentes la misma gloria que Dios le dio a Él para que la iglesia pueda ser unificada. Habla de unidad varias veces mientras ora por nosotras, diciéndonos que el mundo conocerá a Dios por la forma en que nos amemos unas a otras (Juan 17:22–23). Jesús clama que seamos completa y totalmente uno. Quiere usarnos como un cuerpo unido para salvar las almas perdidas, porque Dios quiere que ninguna se pierda, sino que todas lleguen al arrepentimiento (2 Pedro 3:9).
Amiga, tu propósito dado por Dios es amar a Dios grandemente con tu vida y amar a aquellas que Él ha creado a Su propia imagen—creyentes y no creyentes por igual. Tú ministras al corazón de Dios primero al ofrecerle tu cuerpo como sacrificio vivo, dándole el control de tu vida y caminando en obediencia a Su Espíritu (Romanos 12:1, Gálatas 5:25). Entonces, ministras al corazón de Dios amando a las que Él ha creado, porque todo lo que haces por las demás lo estás haciendo por Él (Mateo 25:40). Puedes transformar la forma en que la cultura ve a Dios y a la iglesia caminando en el camino del amor e imitando al Salvador del mundo, que vino vestido de amor. En Cristo estás marcada por aquello que más desea el alma humana; la prenda que une a las de lados opuestos; algo con poder curativo más allá de la comprensión; un rasgo de carácter que solo proviene puramente de Dios mismo, y eso es el amor. Vívelo.
Grace Ann