La Vergüenza de la Enfermedad

 

El tiempo es algo gracioso. Si bien es constante con cada minuto de sesenta segundos, cada hora de sesenta minutos, puede volar o pasar lentamente. Mis hijos comparten una tablet electrónica y cada uno tiene media hora para jugar con ella. Para el que espera, media hora parece ser una eternidad. Sin embargo, para el que está jugando, pasa demasiado rápido.

En Marcos 5 vemos esta comparación. La sanidad de la mujer que había estado enferma durante doce años se produce mientras Jesús iba a la casa de Jairo, cuya hija de doce años se estaba muriendo. Jairo se enteró que ella había muerto después de que Jesús habló con esta mujer anónima. Para Jairo, los doce años que había pasado con su hija le parecían increíblemente breves. Para la mujer con flujo de sangre, que gastaba todo lo que tenía tratando de mejorar, habían sido doce largos años. Ambos estaban desesperados por la ayuda de Jesús. Ambos la reciben.

Esta mujer desconocida debe haber sentido una gran vergüenza durante sus doce años de sangrado. Se la consideraba impura, por lo tanto, no se le permitía entrar al templo. Muchas personas debieron haberla evitado, ya que cualquiera que la tocara, ya sea a ella o a cualquier cosa sobre la que ella se hubiera sentado o recostado, tenía que lavar su ropa, bañarse y todavía sería considerado impuro hasta la noche. (Véase Levítico 15:19-27.) ¿Puedes imaginar el aislamiento, la soledad y la falta de contacto humano?

Cuando se enteró de Jesús, arriesgó mucho para acercarse a Él. Se metió en la multitud, si alguien la reconocía, le gritarían y la obligarían a irse. Sin embargo, valió la pena correr el riesgo de tener la oportunidad de ser curada. Ella creía que con solo tocar Su ropa, sería sanada. Pensaba que tocarlo a Él lo haría inmundo. Quizás pensó que si Él no sabía que ella lo tocaba, estaría bien. Se abrió paso entre la gran multitud. Se acercó lo suficiente para tocarlo, extendió la mano, tocó Su manto y fue sanada de inmediato. Retrocedió entre la multitud; consiguió lo que venía a buscar.

Pero Jesús se detuvo. Lo supo. La buscó. Esta mujer que estaba acostumbrada a ser ignorada ahora era el centro de la atención. Tuvo miedo, cayó a Sus pies y le contó todo. La respuesta de Jesús fue amable y cariñosa cuando la restauró públicamente con las palabras:  «Hija, ten ánimo, tu fe te ha sanado». Todos sabían que había sido sanada. Su vergüenza fue eliminada y reemplazada por una alegría duradera. Jesús satisfizo mucho más que lo que ella esperaba. ¡Este es el generoso amor de Dios!

Quizás estés pensando “Eso fue hace mucho tiempo, ya no consideramos a las personas impuras. No hay por qué avergonzarse por no estar bien en nuestro mundo”. ¿Pero es eso cierto? ¿Acaso no hay enfermedades que nos costaría mucho admitir que tenemos? Por ejemplo, ¿no es más fácil decir “tengo una pierna rota” que “tengo una enfermedad mental”? Las cristianas que sufren de depresión y otros problemas de salud mental pueden erróneamente sentir una vergüenza tal que no sentirían con problemas de salud física.

A veces, podemos sentirnos mal, pero no queremos admitir que estamos débiles o que necesitamos ayuda. Luchamos con nuestro orgullo. Siempre hemos ayudado a otros y nos frustra el cambio de puesto.

Luchar contra una enfermedad que está oculta a la mayor parte del resto del mundo puede hacernos sentir muy aisladas. Incluso podemos preguntar: “¿Le importa a Dios?” ¡Sí que le importa! Le importas a Dios. Vemos la forma en que Dios nos cuida a través de este milagro en la mujer con sangrado. Jesús buscó a esta mujer. La vio y la conoció. Cuando ella pensaba que haría inmundo a Jesús tocándolo, Él en cambio la limpió con Su poder. En lugar de volverse inmundo Jesús, Él quitó la inmundicia de ella.

Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado». El que está sentado en el trono dijo: «Yo hago nuevas todas las cosas». Y añadió: «Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas».  (Apocalipsis 21:4-5)

La enfermedad y la muerte son el resultado de la caída; tienen un impacto en la vida de todos. Si bien no podemos elegir los desvíos que encontremos en nuestro camino, podemos elegir cómo responder, en qué o en quién confiar y dónde fijar nuestros ojos.

“Quiero mantener el hábito de ‘echar un vistazo’ a mis problemas y ‘fijar la vista’ en mi Señor”. (Cita de Joni Eareckson Tada, quien después de un accidente de buceo a los 17 años, quedó paralizada de los hombros hacia abajo)

 

Julie

 

 

 

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