“Pero el que mira atentamente a la ley perfecta, la ley de la libertad, y permanece en ella, no habiéndose vuelto un oidor olvidadizo sino un hacedor eficaz, este será bienaventurado en lo que hace.” Santiago 1:25
En el capítulo 1 del libro de Santiago, encontramos un llamado dirigido a los cristianos dispersos de ese tiempo, pero que sigue siendo relevante para nosotros hoy en día.
Los versículos del 19 al 27, bajo el encabezado “Hacedores de la Palabra”, nos muestran la vida que debemos reflejar y la respuesta que debemos dar a las Escrituras, aprovechando cada oportunidad para conocer mejor la Palabra de Dios y su voluntad.
Santiago nos enseña que, al reconocer la Palabra de Dios como autoridad en nuestras vidas, podemos desechar, como un trapo sucio, el pecado que la contamina y convertirnos en hacedores de la Palabra. Esto implica obediencia en todos los aspectos de nuestra vida.
El rey David aclara este principio en el Salmo 19, cuando pide a Dios que lo libre de los pecados ocultos. La Palabra de Dios nos lleva a examinar nuestra vida, siendo una lámpara a nuestros pies que nos guía por el camino correcto.
Santiago ejemplifica esta enseñanza comparando a la persona que se observa en un espejo con aquel que escucha la Palabra pero no la pone en práctica. Es importante entender que los espejos en el primer siglo no eran como los actuales; estaban hechos de metal y el reflejo, aunque suficiente, no era perfecto.
Esta analogía nos enseña que debemos escuchar la voz de Dios a través de la lectura de Su Palabra y actuar de inmediato, sin dar lugar al olvido en las cosas que requieren diligencia.
Poner en práctica la enseñanza de las Escrituras nos libera de olvidar las manchas de pecado que la ley revela. Si atendemos a la Palabra de Dios, ella nos mostrará la corrupción de nuestra naturaleza y evitará que permanezcamos igual, ya que al aplicar el Evangelio a nuestra vida, nos transformamos y crecemos en santidad.
La Palabra revelada de Dios, reunida en la Biblia, es perfecta, inerrante, suficiente y completa para cada uno de nosotros. A través de ella, el Espíritu Santo nos capacita para obedecerla y vivir conforme a Su voluntad.
Por lo tanto, ¡vayamos a nuestra Biblia! Busquemos consejo, dirección, aliento; hagámosla nuestro alimento diario. Recordemos que si amamos su Palabra y la estudiamos con alegría, seremos como árboles plantados junto a corrientes de agua; en el momento indicado, daremos mucho fruto y conoceremos la verdad, y esta verdad nos hará libres.
Mi Dios amado, ayúdanos cada día a anhelar Tu palabra y a meditar en ella de día y de noche. Solo así podremos vivir una vida transformada reflejando Tu luz y verdad en todo lo que hagamos. En el precioso nombre de Jesús oramos, amén.
Sirviendo a Cristo,
Joana Báez