La Mujer Samaritana: Creyendo Junto al Pozo

 

 

Cuando estaba en el seminario, trabajé en una oficina de misiones. Una de las ventajas del trabajo era poder viajar al extranjero y ver lo que nuestros misioneros hacían en sus comunidades. En un viaje, estuve en una comunidad rural donde los misioneros y pastores locales iban a las aldeas y utilizaban la narración de historias para presentarle a la gente a Jesús. 

 

Mientras caminábamos por una aldea, el líder de nuestro grupo dijo: “Brittany, nos acercamos a una aldea con mujeres y niños, y esperaba que tal vez pudieras compartir con ellos sobre la mujer del pozo”. Yo era joven e inexperta, y me preocupaba que pudiera equivocarme en la historia o en hacer algo que deshonrara su cultura o que pudiera tergiversar a Jesús de alguna manera. Pero, nerviosa, dije que sí, con sus garantías de que si me equivocaba, estarían allí para ayudar (y también me recordaron que el Señor tenía el control de la respuesta de las mujeres; mi trabajo era simplemente compartirla). 

 

Mientras nos sentábamos en un círculo bajo la sombra de un hermoso árbol, compartí la historia que leímos hoy en Juan. Les hablé de una mujer, que había experimentado muchos de los sinsabores de la vida, y de cómo, mientras iba al pozo a buscar agua, conoció al Salvador del mundo. A través de un traductor, les pregunté si sabían lo que era experimentar la vergüenza de sus comunidades y muchas de las mujeres asintieron. Les pregunté si podían imaginarse estar tan avergonzadas y marginadas que ya no buscaban la seguridad de ir al pozo con un grupo de mujeres, sino que elegían ir solas. Y luego les pregunté: “¿Se imaginan que el Dios de este mundo eligiera compartir la Buena Nueva de Jesús con una marginada, nada menos que con una mujer avergonzada?”. Y algunas chasquearon los dientes.

 

Y ante su incredulidad, me tocó compartir con ellas la buena noticia de que no se trataba de un cuento de hadas. Les expliqué que la historia de Juan no era un mito o una leyenda, sino que era tan verdadera y fiable como el suelo que estábamos pisando. Pude compartir que Jesús no sólo era un “hombre bueno”, sino que el agua viva que ofreció a la mujer en el pozo también se la estaba ofreciendo a ellas hoy. 

 

Y ese es el mensaje que traigo también en esta ocasión. 

 

Verás, con frecuencia creo que nos familiarizamos demasiado con los pasajes de la Escritura. Algunas historias, más que otras, se convierten en cuentos populares que se transmiten en lugar de historias poderosas que dan forma a la manera en que nos vemos a nosotras mismas y a nuestro Dios. Y confieso que cuando entré en la aldea para compartir el pasaje de Juan, fui culpable de ello. Y, sin embargo, cuando salí de esa aldea, me alejé llorando, no por la respuesta de las amables y generosas mujeres que conocí, sino porque verlas entender la historia por primera vez me ayudó a verla con ojos nuevos. 

 

Y eso es lo que espero también para ti hoy. Si hoy has abierto tu Biblia y has pasado rápidamente por la historia debido a su familiaridad, permíteme animarte a que vuelvas a leerla:

 

“mas el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás: esa agua será en él una fuente de agua que fluya para vida eterna. La mujer le dijo: —Señor, dame de esa agua para que no tenga sed ni venga aquí a sacarla.” – Juan 4:14–15

 

Esta es una buena noticia, no sólo para la mujer del pozo, sino para nosotras hoy. Es una buena noticia porque el Dios del universo nos ofrece la vida eterna en Él. Y, además, ha demostrado que esta vida eterna no está reservada para la élite religiosa, sino para los marginados y los oprimidos. Es para la mujer que ha sido pasada por alto, desechada e ignorada. Es para el judío y el gentil, para la gente de las ciudades y los pueblos, y es para ti y para mí. 

 

La mujer del pozo es una historia poderosa porque nos recuerda que ninguna está demasiado rota para el amor redentor de Dios todopoderoso. Aunque de este lado del cielo encontramos regularmente pozos que se secan, el Hijo del Dios vivo nos ha invitado a beber agua viva de un pozo que nunca se secará. 

 

Brittany

 

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