La Mujer con Hemorragia: Fe para ser sana

 

“Jesús le dijo: Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sana de la enfermedad que te ha azotado.” – Marcos 5:34

 

Desesperación. Último recurso. Desesperación.

 

¿Qué es lo que a ti te hace acudir a Jesús?

 

Una y otra vez en los Evangelios leemos de personas que se acercaron a Jesús con un problema personal. A menudo habían agotado todas sus otras opciones y decidieron que era tiempo para aprovechar su último recurso: este hacedor de milagros del que habían oído hablar a otros, Jesús.

 

En nuestra lectura de hoy, la mujer había gastado todos sus recursos. Ella había estado sangrando por doce años –doce años– y había intentado absolutamente todo lo que le sugirieron los médicos. Nada había funcionado y ahora no le quedaba nada. Nada, es decir, sino Jesús.

 

Ella escuchó que Él estaba en la ciudad y lo encontró rodeado de multitudes. Esto funcionó para ella porque no quería llamar la atención sobre sí misma. Ella sólo quería ser sanada. Esta mujer pudo haber venido a Cristo solo después de que todos sus otros esfuerzos fracasaron, pero encontró más que solo curación física. La sangre se secó, sí, y al instante se sintió mejor. Pero lo que ella no sabía era que a través de este poderoso encuentro con el Hijo de Dios viviente, ella también encontró sanación espiritual y salvación.

 

Cuando ella tocó el manto de Jesús, Él se dio cuenta. Nada pasa desapercibido para nuestro omnisciente Dios. Se dio la vuelta y, con cuidado y preocupación, preguntó quién lo había tocado. Por supuesto, Jesús sabía la respuesta. Pero Él quería que ella fuera dueña de sus acciones y compartiera las buenas nuevas de lo que Él había hecho por ella con todos a su alrededor. Así que esperó. Y tan pronto como ella se adelantó arrojándose a sus pies temblando, él la miró a los ojos y dijo: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sana de la enfermedad que te ha azotado.” (Marcos 5:34).

 

Ella vino para sanar y encontró paz completa en la seguridad de Cristo. Ella buscó alivio físico y recibió mucho más allá de lo que podía imaginar; su carga espiritual de pecado fue levantado y reemplazado con el amor y la misericordia de Dios. El poder de Dios quitó su enfermedad y Su compasión la reemplazó con paz.

 

¿En qué área de tu vida te encuentras cansada, buscando alivio en los lugares equivocados, y simplemente quieres experimentar la paz de Dios?

 

Te animo a tomar un momento para pensar en esto hoy, y luego venir a Jesús. Lanzarte tú misma a Sus pies. Sólo toca Su manto. Es misericordioso y amoroso. Él se volverá hacia ti con compasión y cuidado, y mientras te mira a los ojos, te quitará el dolor y el sufrimiento, curándote y ofreciéndote más de lo que jamás podrías soñar o imaginar.

 

La sanidad en nuestra historia de hoy fue física, pero apunta a una mayor sanidad que solo Dios, a través de Jesucristo, puede ofrecer: la curación del pecado y de la muerte y la oferta de la vida eterna con Él.

 

Algunas de nuestras enfermedades, cargas y preocupaciones nos han estado atormentando durante tanto tiempo que bien podrían tener doce años. Amigas, permitan que la lectura de hoy de la Palabra viva de Dios les recuerde Su poder, compasión, amor y ternura. Incluso si aún no lo has hecho, nunca olvides que Él puede cambiar tus circunstancias en un momento. Aférrate a la fe, aférrate a lo que está por venir, ven y sigue rindiéndote a los pies de Jesús. Es, por mucho, el mejor lugar para estar.

 

¿Y si elige no sanar instantáneamente? No dudes de tu fe, sino avanza confiada. Confía en Su carácter, confía en lo que la Palabra de Dios dice que es verdad, y confía en que, en última instancia, solo Él sabe lo que es mejor para nosotras y lo mejor para Su gloria.

 

Que cada una de nosotras hoy nos encontremos a los pies de Jesús.

 

Con amor,

Petra

 

 

 

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