Recuerdo cuando mi esposo me propuso matrimonio, recuerdo que estábamos en el pórtico de la casa de mis padres. Estaba en pantalones cómodos, dispuesta a pasar una tarde relajada con mi familia, en vez de estar en el columpio del pórtico, en medio del frío; mientras él no hallaba las palabras para decirme lo que quería. Estaba un tanto impaciente y confundida, hasta que finalmente me lo preguntó. La confusión se tornó en sorpresa y la impaciencia en emoción, entonces le dije que sí, mientras él me ponía el anillo que sabía que me encantaría.
Dieciséis años pasaron rápidamente y él se dio cuenta que ya no usaba mis anillos porque ya no me quedaban. Encontramos un set nuevo de anillos que eran considerablemente más económicos que los anteriores y en un tamaño y estilo acordes con mi estilo de vida actual. La chica que solía amar todas las cosas plateadas ahora era una gran fan del oro rosado, y la estudiante que deseaba algo costoso y elegante para presumir con sus amigos ahora sólo deseaba algo simple y modesto.
Leí los comentarios acerca de este tipo de anillos y supe que no estábamos comprando algo precisamente costoso. De hechos muchas de las criticas acerca de estos anillos eran que el acabado rosado se desvanecía rápidamente. Aún así los conseguimos, pensando que aquello no me sucedería a mí. Spoiler: estaba equivocada. Es decir, los anillos eran hermosos, pero todo el acabado rosado había desaparecido. Las piedras sólo brillaban si las limpiabas regularmente y sólo bajo cierto tipo de luz. Aún me encantaba, y lo que simbolizaban, pero la “novedad” simplemente se había desvanecido.
En muchos sentidos yo me sentía como esos anillos. Apagada. Sin brillo. Desesperadamente necesitada de amor, afecto y ánimo, que me hicieran recuperar la chispa. El modo “pelea o huye” en el que por los últimos años mi cuerpo tuvo que soportar había dejado sus estragos. ¿La razón? Estaba poniendo mi esperanza en las cosas temporales, en vez de descansar en la seguridad que tengo en Jesús.
La lectura de hoy fue el recordatorio que necesitaba: nuestra fe es más valiosa que el oro. No hay algo que este mundo pueda ofrecer,no importa lo brillante, costoso o impresionante que luzca comparado con la riqueza de una vida de fe que honra y glorifica a Jesús. No hay una meta en nuestras vidas ni experiencia placentera que pueda compararse con alcanzar la meta de nuestra fe: la salvación de nuestras almas.
Seamos mujeres que brillen en este mundo de oscuridad,no por los adornos externos ni por nuestros logros sino porque reflejemos el fiel amor y esperanza fiel que tenemos en Jesús.
Crystal