Me senté a la mesa de mi cuñada con gran expectación. Aquella tarde me enseñó la cosecha abundante de moras que había crecido en su huerto aquel año. Ahora estaba a punto de probar la fruta dulce en una tarta que ella había preparado con mucho cariño y había metido en el horno.
Estaba deliciosa. Ojalá pudiera darte tan sólo un bocado de ésta delicia. Me hubiesen pedido la receta.
Cuando Beth se mudó a esa casa hace más de una década, no había ni una mora en la propiedad. No se veía ni un solo árbol frutal desde hacía bastante tiempo. Todo empezó con paquetes de semillas plantadas en la tierra.
Confieso que nunca he cultivado. En el colegio, esta chica intentó no llorar mientras se ponía delante de toda su clase y admitía ante su profesor de ciencias que el experimento había fracasado. Sólo pude presentar la tierra porque olvidé regar las semillas y se murieron.
Si esperas tener frutos, tienes que nutrir fielmente el terreno en el que se plantan las semillas. Debes proteger tus preciosos brotes de las plagas que intentan infestar lo que tanto te ha costado plantar. Un árbol frutal desatendido puede cubrirse de un hongo que infecta las raíces y traerá enfermedades.
Cultivar fruta vivificante requiere vigilancia y mucho trabajo. Cuidar la tierra a diario marca la diferencia.
La sabiduría de las Escrituras nos advierte: “La esperanza que se demora enferma el corazón, pero el deseo cumplido es árbol de vida.” (Proverbios 13:12). Dios ha plantado la esperanza en nuestros corazones mediante la resurrección de Jesús. Debemos cultivar la semilla de la Palabra de Dios y asegurarnos de que las verdades profundas en nuestro interior permanezcan en tierra fértil. El desánimo y la duda pueden colarse como parásitos y tratar de apoderarse de nosotras. Las malas hierbas del pensamiento erróneo comenzarán a echar raíces si no podemos combatir las mentiras que están tan presentes en este mundo.
En este momento, puedes sentirte como si estuvieras parada en una gran pila de tierra que no produce nada, pero puedes cuidar tu corazón y perseverar en la esperanza:
– Sigue regando. La Palabra de Dios es agua viva para tu alma estéril. Necesitas un aporte diario de verdad para sobrevivir.
– Mantente anclada. Pon una insignia en tu vida que diga “Yo creo”. Confía en que Dios es inmutable, y tu esperanza es segura por muy vacío que parezca ahora el terreno que estás sembrando.
– Abona abundantemente. No puedes seguir creciendo en un mundo lleno de oposición sin ayuda. Alimenta tu fe relacionándote con personas de influencia piadosa en tu iglesia, escuchando podcasts vivificantes y leyendo libros que enriquezcan tu vida.
Amigas, aferrémonos a la esperanza incluso cuando sea difícil. Dios ha prometido que viviremos vidas fructíferas si continuamos siguiéndole. Podemos confiar en que las semillas que Dios ha plantado crecerán en una hermosa cosecha mientras continuamos manteniendo nuestra esperanza en Cristo.
Lyli