Despertar. Todavía no, ahora sí que toca despertarse. Vestirse. Vestir a los niños. Hacer el desayuno. Empacar almuerzos. Bocadillos en las mochilas. Calcetines y zapatos. Meter a los niños en el automóvil.
Un día (o incluso una mañana) como madre está lleno de tareas pendientes y de interrupciones. He descubierto que cuando me ocupo de todas las responsabilidades de la maternidad con mis propias fuerzas, puedo arreglármelas durante un rato. Pero pronto me encuentro fragmentada, agotada y abrumada.
Vivir una vida de fortaleza no significa que siempre llegue a tiempo a la escuela o que nunca se me olvide cepillar los dientes de mi hijo por la noche. Más bien, vivir una vida de fortaleza como seguidora de Cristo se caracteriza por una persistencia diaria para permanecer arraigada en Cristo y una insistencia diaria en echar raíces más profundas en Él.
Pero, ¿cómo podemos llegar a depender más de Dios? 2 Pedro 1:3 destaca tres formas en las que podemos buscar la fortaleza de Dios.
“Pues su divino poder nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad, mediante el verdadero conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia.”
Dios es Poderoso
“Puedo orar esto por su poder divino…».
En su poder, Él creó el mundo, habló a la luz a la existencia, y esculpió los cuerpos complejos de los seres humanos a partir del polvo y de una costilla. En su poder, Jesús calmó las tormentas, curó a los discapacitados y resucitó después de haber estado muerto en una tumba durante tres días. Y, en Su poder, Dios nos salvó. Nos llevó de la muerte a la vida, de una vida marcada por el egoísmo a una vida marcada por vivir para Cristo.
Podemos buscar la fuerza de Dios cada día porque Él es poderoso. No miramos a un Dios que no puede hacer nada por lo que estamos pasando. Pero, miramos a un Dios que tiene todo el poder para hacer algo y, en su sabiduría, hará lo que es mejor para nosotras. Él no sólo tiene el poder de cambiar nuestras circunstancias (que a menudo es lo que queremos cambiar), sino el poder de cambiar nuestros corazones (que a menudo es lo que necesitamos cambiar).
Cada día, podemos buscar en Dios fortaleza física, emocional, mental y espiritual porque en Su poder, Él puede dárnosla. Podemos poner nuestras cargas sobre Él porque Él puede tomarlas. Podemos confiar en Él para cambiar nuestros corazones porque Él ya lo ha hecho, y Él va a seguir haciéndolo
Dios nos da todo lo que necesitamos
«…nos concedió todo lo necesario para la vida y la piedad…».
Él usa Su poder en nuestro favor, para nuestro bien, dándonos todo lo que necesitamos. Me viene a la mente la oración de Jesús en Mateo 6: «Danos hoy nuestro pan de cada día» (versículo 11). Todo lo que necesitamos cada día para vivir y seguirle, Él nos lo proporciona.
Tuve un parto espantoso con mi primogénito que terminó en una cesárea de emergencia. Como resultado, toda la parte media de mi cuerpo no sólo estaba en recuperación de nueve meses de sostener la vida de mi bebé, sino también de una cirugía mayor.
Durante la recuperación, me costó mucho levantarme desde la posición de tumbada y ponerme de pie desde la posición de sentada. Los nervios de mi espalda gritaban de tanto sostener a mi bebé mientras estaba de pie. Ore muchas oraciones cortas y sencillas de «Señor, dame fuerzas para levantarme» o «dame fuerzas para este momento».
Dios respondió a mis oraciones todas las veces, dándome fuerzas para sentarme y levantarme, para intentar dar el pecho de nuevo y para levantarme a sacarme leche incluso cuando sentía que ya no me quedaba nada. Me dio la fuerza física, pero también la fuerza emocional y espiritual de saber que estaba conmigo en esos momentos de fragilidad.
Dios nos da todo lo que necesitamos. Nos da el pan de cada día. No necesitamos sentir que tenemos que llevar todo el peso de la maternidad nosotras solas y con nuestras propias fuerzas. Dios está para nosotras. Sólo tenemos que mirarle y pedirle lo que necesitamos en cada momento de cada día.
Dios nos ha llamado hacia Él
«…el que nos llamó por su propia gloria y excelencia».
Por encima de todo, podemos buscar la fuerza en Dios porque Él nos ha llamado. Somos suyas, y Él es nuestro.
Como madre, me ocupo tanto de los demás que a veces anhelo que se ocupen de mí. Quiero tumbarme en la cama, ver la tele y que mi madre me prepare una taza de té cuando tengo la regla y unos calambres muy fuertes. Quiero que mi padre me lleve en brazos cuando se me cansan demasiado las piernas de andar. Quiero que mi abuela me llene el plato del desayuno con panqueques y mandarinas por la mañana.
Como adultas, especialmente como adultas responsables de nuestros propios hijos, no se nos cuida como se nos cuidaba cuando éramos niñas. Sin embargo, seguimos siendo hijas de Dios.
Como nuestro Padre celestial, Él nos provee de muchas pequeñas y grandes maneras a lo largo del día: agua limpia para beber, trabajo e ingresos, un lugar donde vivir, ropa que ponernos, lluvia y sol para que crezcan las plantas que nos alimentan, buenas conversaciones con las amigas, momentos tiernos con nuestros hijos, un hermoso día para dar un paseo en familia y flores silvestres que brotan en la hierba.ç
Podemos encontrar nuestra fuerza sabiendo que fuimos llamadas por Él. Si somos llamadas por Él, somos sus hijas, y Él es nuestro Padre celestial.
Aunque tenemos hijos que tienen muchas necesidades, y pasamos gran parte de nuestro tiempo cuidando de ellos, Dios cuida de nosotras porque somos sus hijas. Y como es el Dios de todos y de todo, también cuida de nuestros hijos.
Mientras pasamos el día cambiando pañales, dejando a los niños en el colegio, ayudándoles con los deberes y preparando la cena, podemos pedirle a Dios lo que necesitamos. ¿Necesitamos fuerzas para hacer algo? ¿Sabiduría para una conversación con un niño? ¿Su paz y presencia cuando nos sentimos abrumadas y ansiosas?
Podemos llevarle nuestras preocupaciones, luchas, necesidades y sentimientos y hablar con Él sobre ello. Cuando lo hacemos, recordamos que Él tiene el poder de cambiar nuestros corazones, incluso de cambiar nuestras circunstancias, y que en última instancia hará lo que sea mejor para nosotras. Él nos dará lo que necesitamos (tal vez no siempre lo que queremos), porque somos llamadas por Él. Somos sus hijas. Él es nuestro Padre, y quiere cuidar bien de nosotras.
Cuando construimos esta práctica de acudir a Él cada día, nuestras raíces crecen más profundamente en Él. Cuanto más fuertes sean nuestras raíces, mejor podremos lidiar con las impredecibles mareas de la maternidad. Y en lugar de manejar la maternidad desde un lugar donde nos sentimos fragmentadas y agotadas, podemos seguir adelante, permaneciendo centradas y firmes en la fortaleza de Dios.
Victoria Monet Aguas