“Por tanto, no desechen su confianza, la cual tiene gran recompensa. Porque ustedes tienen necesidad de paciencia, para que cuando hayan hecho la voluntad de Dios, obtengan la promesa” Hebreos 10: 35-36
Dios dejó, entre las páginas de las Escrituras, una carta anónima para edificar a Sus hijos…su nombre: la Epístola de los Hebreos.
A lo largo de esta misiva, el autor, nos brinda cierta información sobre sus destinatarios y su situación de vida, estando muy familiarizado con ellos y con la cultura judía.
Esta generación de cristianos, habían escuchado el evangelio por medio de la predicación de los Apóstoles, y su confesión de fe los había llevado a sufrir vituperios en el pasado, tales como: insulto público, prisiones y decomiso de sus bienes; los cuales, en un principio, los habían sobrellevado con gozo, entereza de corazón y una esperanza inquebrantable.
Pero con el surgimiento de un nuevo Emperador romano, se enfrentaban a una segunda persecución, más violenta; y preocupados por su seguridad y estabilidad, se llenaron de temor y se vieron tentados a apartarse de la fe, cayendo en incredulidad; por tal motivo, el autor les recuerda la fidelidad a Dios mostrada durante los días pasados.
Así suele sucedernos, como seres humanos imperfectos nos cansamos de esperar en medio de problemas, cuando el mundo se nos desmorona. Nos consume la impaciencia y la fe tiende a ir desvaneciendo, si quitamos la mirada de la bondad de Dios. Las Escrituras nos recuerdan que todas las dificultades que enfrentamos son temporales. Nuestro espíritu es fortalecido en cada una de las pruebas, siempre y cuando vivamos creyendo en Él y la verdad de Su palabra.
Dios ofrece esperanza, pero no una esperanza basada en nuestras expectativas y condiciones de tiempo para su cumplimiento, condenada a ser de corta duración. La esperanza que Dios ofrece es eterna, no está limitada por el tiempo, por lo tanto, es duradera. Y aunque parezca difícil, en comparación con la herencia celestial, ningún bien que podamos perder en el presente por causa de Cristo, tiene algún valor.
No desechemos la fe; pues, únicamente, una vida llena de fe puede producir fruto de gozo, paz, esperanza, paciencia por medio del Espíritu Santo (Gálatas 5:22). Mantengamos la mirada fija en Jesús, el Autor y Consumador de la fe.
Animemos nuestros corazones recordando las maravillas y la fidelidad de Dios en todo momento, mostrándole gratitud por Su misericordia, viviendo dentro de Su esperanza perdurable, y regocijándonos en la mayor recompensa que tendremos: Jesús mismo.
Padre amado, Dios de toda esperanza, colma nuestras vidas de gozo y paz en el camino de la fe y haz crecer en nosotras el fruto del Espíritu Santo. Llena de gratitud y alabanzas nuestros labios en medio de las batallas diarias de la vida. Que nuestro valor no esté colocado en lo que perece, sino en aquello que permanece y tiene mejor recompensa, lo invisible de Dios. En el nombre de Jesús, amén.
En las manos del Rey,
Nelva de Quezada
Panamá