El año pasado fue quizás uno de los más difíciles, aunque el más hermoso de mi vida hasta ahora. Lloré mucho y también reí. Robosé de salud pero en ocasiones también enfermé. Fui feliz, pero más que eso también tuve tristezas. Tuve días difíciles; en realidad tan difíciles, que a veces pensé que no lo superaría.
Enero inició con mi notificación de renuncia en el trabajo. Lo pensé por mucho tiempo, y fue una buena decisión. Sabía que sería difícil pero no encontré otra alternativa más que irme. Cuando pasé tiempo a solas en casa, mi vinieron a la mente todo tipo de cosas. Estaba emocionada de disfrutar mi tiempo libre, pero también experimentaba miedo acerca de cómo iba a sobrevivir. Experimenté ansiedad, temor y sentimientos de desesperanza acerca de lo que me deparaba el futuro.
Ocupé mi tiempo con un nuevo reto, escribir en un blog. Finalmente, tenía algo creativo que hacer, algo que podría llenarme y que podría usar para mejorar este mundo. Escribí sobre mí, y desde el corazón, acerca de lo que había atravesado, de lo que estaba experimentando, y sobre las cosas por venir. Pero por dentro, aún no estaba satisfecha. Todavía faltaba algo.
Anhelaba otro hijo. Oraba a Dios todos los días: Señor, Tú conoces lo que realmente anhelo, lo que más necesito. Sabes cómo, durante años, he añorado un segundo hijo, pero no pudimos. Gracias por el hijo que tengo. Sé que tengo mucho por qué estar agradecida, y lo estoy, pero el vacío en mi corazón puede ser tan insoportable a veces.
Mientras oraba, oí el bullicio de los niños en la guardería de al lado. Durante los siguientes meses, no pude quitarme de la cabeza la idea de esos niños. Siempre he querido cuidar niños, pero ser maestra de guardería me parecía algo muy difícil de alcanzar. En lugar de perseguir el sueño que Dios había puesto en mi corazón, solicité trabajo en mi antiguo campo, como asistente administrativa. Tuve varias entrevistas, pero ninguna dio fruto. Estaba devastada, pero aún confiaba en el Señor.
Finalmente después de varios meses, Dios abrió una puerta para que volviera a la escuela para obtener un título y poder ser maestra. Después de 20 años de estar fuera de la escuela, estudiar nuevamente fue difícil. Clasifiqué todo por colores. Memoricé todo palabra por palabra, pero aún sentía que no sabía nada. Asistí fielmente a clases todas las noches, acercándome cada vez más a mi objetivo. Sin embargo mi miedo estaba presente y la idea de mi pasantía al llegar al final del programa me abrumaba.
Finalmente, llegado el momento, Dios me colocó en la guardería cerca de mi casa. Ahora esos niños ruidosos son reales y cada uno tiene un nombre que conozco. Cada uno de ellos es asombroso. En mi primer día, una dulce niña vestida de rosa me abrazó. Después de algunos días me llamó “mamá”. Mamá. Estaba tan feliz. Sentí que el Señor me estaba dando abundantemente más de lo que podría haberle pedido.
Cuando mi pasantía se acercaba a su fin, empecé a temer por mi examen final y por si encontraría o no un empleo una vez que terminara el programa. Un día, vi un aviso sobre una nueva guardería. Los llamé de inmediato. Aunque temía que no fuera a funcionar, di un paso de fe. La mujer del teléfono me dijo que fuera al día siguiente. Ni siquiera había tomado mis exámenes finales, pero ella me ofreció un empleo. Pensé que estaba soñando; no podía creer que fuera real.
Aprendí mucho durante estos meses de espera, de trabajo, y de ver a Dios trabajando a mi favor detrás de escena. Aprendí a confiar en Él más de lo que puedo imaginar. Aprendí a confiar en Dios para que me cuidara e hiciera realidad mis más profundos anhelos. Aprendí a creer que Dios ve los deseos más profundos de mi corazón y quiere satisfacerlos. Él me dio mucho más de lo que podría haber imaginado, mucho más de lo que jamás podría haber pedido. Anhelaba otro hijo, me dio muchos hijos. Anhelaba un trabajo nuevo y satisfactorio, me dio el trabajo de mis sueños con una jefa a la que amo.
Querida amiga, no temas al mañana. Cuando ponemos nuestras cargas ante el Señor podemos estar seguras de que Él responderá nuestras oraciones. Ten fe que Él cuidará de ti. Sea lo que sea que Dios ponga en nuestro camino, podemos confiar que será lo mejor para nosotras.
Con amor
Monika
Eslovaquia