Entrar en la Presencia de Dios con Alabanza

 

Hace varios años, pasé 40 minutos conduciendo hasta la casa de mis padres instruyendo a mi prometido estadounidense sobre cómo saludar adecuadamente a su futuro suegro cubano. Le expliqué que mi familia se besaba en la mejilla, en lugar de simplemente darse la mano. Renunciamos a toda la formalidad y nos abrazamos por completo. Afortunadamente, Bruce había crecido en la multicultural Miami y sabía que no se consideraba desagradable inclinarse y plantar sus labios en la mejilla de un anciano hispano. Cuando mi papá abrió la puerta, dijo: “Hola, señor López” con el acento correcto, y vi a mi “Papi” sonreír mientras avanzaba para darle la bienvenida a la familia.

 

Cuando te encuentras con una persona muy importante, existen reglas para ingresar a la presencia de un dignatario. Por ejemplo, los súbditos de la Reina de Inglaterra deben hacer una reverencia o inclinarse y dirigirse correctamente a ella como “Su Majestad”. Los católicos devotos besan el anillo del Papa en señal de respeto y se refieren a él como “Su Santidad”. En todos los tribunales de justicia, los demandantes y los demandados comienzan su testimonio ante el juez diciendo: “Su Señoría”. La forma en que entramos abre la puerta para un compromiso más profundo.

 

Todas podemos estar de acuerdo en que existe un protocolo apropiado para la oración. Rendimos respeto y honor al Rey de Reyes cuando nos dirigimos a nuestro Padre Celestial con el lenguaje de alabanza. La alabanza muestra que nuestras vidas se someten a Dios en agradecimiento por quién es Él y lo que ha hecho.

 

El salmista entendió la importancia de rendir homenaje a Dios en sus oraciones. Antes de que David derramara su lamento y clamara a Dios por ayuda, siempre comenzó reconociendo la grandeza de Dios. La alabanza debe preceder a nuestra petición.

 

Si queremos aprender a alabar de una manera que agrade a Dios, el Salmo 100 nos presenta una hoja de ruta maravillosa para que la sigamos:

 

 

¿Qué es la alabanza? (Salmo 100:1–2)

 

La alabanza es mostrar reverencia a Dios. Como humildes súbditas de un rey, exaltamos a nuestro Señor con gran fanfarria al expresar con gozo Su bondad y gloria. Podemos cantar, bailar o gritar nuestra gratitud.

En oración, levantamos las manos, inclinamos la cabeza o nos arrodillamos para mostrar la posición de agradecimiento de nuestro corazón. Antes de pedir nuestro pan de cada día, reconocemos que solo Dios es digno de nuestra adoración. Reconocemos que nuestro Dios Santo merece nuestra adoración.

 

 

¿Por qué debemos alabar? (Salmo 100:3, 5)

 

Pertenecemos al Dios Todopoderoso. Él creó todo en este universo, y todo lo que hemos recibido proviene de la abundante gracia del Señor.

Puede que nos sintamos consumidas por nuestros problemas como frágiles ovejas que vagan sin dirección, pero la alabanza nos recuerda la verdad de nuestra posición: hemos sido recibidas en pastos seguros por el Príncipe de los Pastores que cuida de nuestras almas. Nuestro Protector nos acerca reuniéndonos, nos devuelve las fuerzas y nos conduce por el camino correcto. Damos gracias cada día en oración porque Su bondad y fidelidad nos seguirán todos los días de nuestra vida.

 

 

¿Cómo debemos alabar? (Salmo 100:4)

 

Continuamente ofrecemos un sacrificio de alabanza cuando reconocemos el nombre de Dios con nuestros labios (Hebreos 13:15). En lugar de complacer nuestra carne, expresamos nuestro aprecio genuino por Dios al proclamar Su bondad y gloria. La alabanza muestra nuestro lamento por nuestro pecado y nuestro anhelo de agradar a Dios por encima de todo.

Mientras inclinamos la cabeza y elevamos el corazón a Dios, tomemos la decisión de comenzar nuestro tiempo de oración bendiciendo el nombre del Señor y gozándonos de lo que Él ha logrado. Nuestras expresiones verbales de acción de gracias muestran externamente nuestro compromiso interno de rendir todo a nuestro Libertador. Cada vez que entramos en la presencia de nuestro Padre Celestial con alabanza, podemos confiar en que Él se deleita en recibirnos.

 

Lyli

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