No creo que Dios pueda amarme, ¡mi vida es un desastre!
Sigo pecando…quizás no me vaya al cielo.
Me siento triste y vacía. Quizás no he entregado genuinamente mi vida al Señor.
La vida es tan difícil para mí. Quizá Dios se ha olvidado de mí.
¿Has pensado estas cosas? Seguro que sí. Cuando las dudas y el desánimo me aplastan, me pregunto a mi misma, “¿Por qué no estoy tomando el escudo de la fe?”
“…Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno.”- Efesios 6:16
Pablo escribió la carta a los Efesios mientras estuvo preso en Roma. Al estar encadenado a los guardias romanos, vió con detalle sus armaduras y armas. Pablo llama a los creyentes a ser soldados de Cristo, así que usó cada parte de la armadura romana y la describió a modo de una armadura de Dios que los creyentes deben usar para resistir los ataques del maligno.
El escudo romano parecía una puerta. Según referencias históricas, su nombre era “scutum”. Medía más o menos un metro y medio de alto y aproximadamente medio metro de ancho, y pesaba más de nueve kilogramos. Cuando tomamos el escudo de la fe, nos protege de pies a cabeza. Puede ser usado también como defensa y ofensa, golpeando al enemigo.
“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.”- Hebreos 11:1
La fe es la confianza y creencia en que Dios es quien dice que es y que hará lo que Su Palabra dice que hará. Es creer que las promesas de Dios descritas en la Biblia son verdad. La fe nos permite confiar en que el Dios que no podemos ver cumplirá Su promesa de un futuro que no podemos imaginar. Estoy tan agradecida de que la fe no dependa de mí, o de los pensamientos que tengo de mi misma. La Biblia dice que la fe es un regalo de Dios (Efesios 2:8-9, 2 Pedro 1:1, Filipenses 1:29).
Al levantar el escudo de la fe, no tengo que convencerme a mí misma de que mi fe es lo suficientemente grande o fuerte como para lograr lo que sea. Sólo debo creer en que Dios es Dios, y que es capaz de vencer a cualquier enemigo. Puedo pedirle a Dios que me equipe con el escudo en cualquier circunstancia. Mientras levanto el escudo, sólo necesito recordarme Quién pelea esta batalla y permanecer confiada en esta verdad y en la Palabra.
“Mas tú, Jehová, eres escudo alrededor de mí; Mi gloria, y el que levanta mi cabeza.”- Salmo 3:3
¿Y de qué nos protege este escudo?
Satanás arroja sus flechas de duda, desánimo y decepción directamente a nosotras. Su propósito es menoscabar nuestra fe en Dios y en lo que Dios puede hacer. Sus flechas ardientes vienen en forma de pensamientos blasfemos, llenos de odio, de enojo, de lujuria, de desdén o de venganza, sentimientos de miedo o ansiedad, pensamientos que nos llevan a cuestionar la autoridad de Dios y de la Biblia. Estas flechas son sutiles pero extremadamente peligrosas. Sin embargo, el escudo de la fe del creyente, tal como lo hemos leído, no sólo bloquea estas flechas sino que también las apaga completamente.
“Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo.”-
1 Pedro 5:8-9.
Mi lucha espiritual siempre ha sido dudar de mi valor para Dios. Siempre me pregunto si seré lo suficientemente buena para que Dios me ame. Pero es durante esta batalla que debo recordar el ponerme toda la armadura para resistir las flechas del enemigo y no terminar derrotada y sin esperanza.
Cuando confiamos y creemos en Dios y Su Palabra, las flechas de fuego de Satanás se extinguirán en vez de penetrar nuestras almas y mentes. Mientras caminamos día a día en este mundo oscuro y roto, los creyentes siempre debemos estar prontos a tomar el escudo de la fe y comprobar lo poderosa y efectiva que es la verdad de Dios.
Paz y gracia para ti,
Terria