Seguir las reglas versus buscar la aprobación
Si alguna vez has pasado un tiempo considerable con niños pequeños, habrás observado que a los niños les encantan muchas cosas, pero seguir las normas no suele ser una de ellas. A sus dos años, mi hijo pequeño tiene una relación siempre cambiante con las normas y la autoridad que nos mantiene inquietos a mi marido y a mí. Su actividad favorita más reciente es señalar cada vez que sigue las normas cuando su hermana mayor no lo hace.
“Mamá, no me estoy metiendo mi dedo en la nariz”.
“Papi, no me estoy quejando”.
“Mamá, no me corte el pelo”.
Podría ser tentador creer que es un seguidor de reglas, que le gustan tanto las mías como las de mi esposo, que siempre guarda los zapatos, nunca se levanta de la cama por la noche y aborrece escribir en la pared con rotuladores. Esa suposición sería errónea. Tenemos obras de arte en la pared que lo demuestran.
Por cada regla que mi hijo presume de cumplir, hay muchas más reglas incumplidas que llenan sus días. Eso se debe a que, como todos los humanos, mi hijo nació egoísta e inclinado a deleitarse sólo en sí mismo. Le encanta seguir las normas que le imponen las personas que tienen autoridad sobre él sólo cuando cree que es ventajoso para él. Con dos años, eso no ocurre a menudo.
Mi esposo y yo tenemos que enseñar a nuestros hijos que seguir nuestras normas no consiste en evitar las consecuencias, obtener recompensas o ser el hijo favorito. Tenemos que enseñarles a deleitarse en la autoridad paterna que Dios nos ha dado. Lo hacemos mostrándoles que pueden deleitarse en nuestro amor por ellos. Pueden confiar en que tenemos buenas intenciones, sabios consejos y misericordia cuando cometen errores.
Yo lucho con esto todos los días. Ni siquiera estoy cerca de ser la madre perfecta. Egoístamente elijo la ira o la impaciencia en los días difíciles. Me tropiezo con las historias bíblicas y los versículos durante los devocionales familiares, y no siempre reflejo el amor de Cristo en mis interacciones con ellos y con los demás. Por la gracia de Dios, me esfuerzo por vivir de una manera que muestre a mis hijos que pueden confiar en que los amo, pero que hay una Autoridad mayor que yo que nunca los decepcionará ni los defraudará. La autoridad de los padres no es más que una sombra de los límites amorosos y llenos de gracia que Dios tiene para sus hijos.
Un corazón obediente
Al igual que los niños pequeños, las cristianas también debemos aprender a deleitarnos en el Dador de la Ley por lo que es y por lo que ha hecho. Si la obediencia a Dios es impulsada por cosas que dependen de traernos placer inmediato, culpa, miedo u orgullo esa obediencia se desmorona cuando un motivador más fuerte entra en nuestras vidas. Puede que me sienta más culpable por mantener una ética bíblica que nuestra sociedad considera poco amorosa que por vivir fuera de los límites de Dios. Puede que tema más las consecuencias de ser abandonado por amigos o familiares que no quieren tener nada que ver con la religión que la decepción de Dios. Puede que me enorgullezca más del prestigio, la fama o la acumulación de riquezas que de tachar mi lista de “buena cristiana”.
Cuando los deseos de nuestros corazones se inclinan hacia lo finito los placeres temporales de este mundo como evitar la culpa y el miedo o la búsqueda del orgullo nos encontraremos ciegas al deleite infinito y duradero que se puede encontrar en Jesucristo y en quién es Él. La obediencia que depende de lo finito no durará porque deleitarse en lo temporal se convierte en lamento cuando esas cosas temporales nos son quitadas o nos defraudan.
Nos podemos encontrar momentáneamente emocionadas acerca de dar a los pobres cuando las cosas van bien, pero empezamos a dudar cuando se nos requiere mostrar bondad hacia alguien que nos ha lastimado. Para mi hijo de dos años, es fácil levantar sus juguetes cuando hay una golosina de recompensa, pero no mucho cuando es tiempo de recoger sus juguetes e irse a la cama. De repente todo este acontecimiento, de seguir las reglas ya no es divertido.
Incluso podemos empezar a excusar nuestra desobediencia diciendo constantemente: “¡Dios, no soy una asesina! ¡No soy una ladrona! No soy tan mala como ese tipo de ahí”. La culpa, el miedo y el orgullo pueden motivarnos temporalmente a obedecer los mandamientos de Dios, pero no pueden cambiar verdaderamente nuestros corazones. Sólo el amor profundo y satisfactorio de Jesucristo nos llevará a deleitarnos verdaderamente en Sus mandamientos y nos ofrecerá la recompensa de una intimidad más profunda con Él.
Descansando en el amor seguro de Dios
Últimamente, quiero que mi hijo me obedezca no porque le tenga miedo al tiempo fuera o quiera ganar una golosina especial, si no porque confía que lo amo y que tengo las mejores intenciones para él. Así debería de ser con nuestro Padre celestial. Nosotras le obedecemos porque creemos que Él es verdaderamente el Creador sabio, santo, lleno de gracia, omnisciente, todopoderoso, y nada nos traerá mayor recompensa que una relación próspera, amorosa y obediente con Él.
Imagina los pensamientos que pudo haber tenido Ester acerca de seguir los mandamientos de Dios. Pienso en una pregunta rondando por mi mente en este punto en la historia de Ester pudo haber sido. “¿Dios porque debo de obedecerte ahora?” Una exiliada, que fue tomada de su única familia y llevada a vivir en el palacio de un rey pagano. Ester podría haber sentido que era inútil continuar caminando en los caminos de Dios. Pero cuanto toda la vida de Ester es puesta de cabeza ella descansa en lo que conocía acerca de quién es Dios. Y fielmente continúe caminando en Sus caminos. Aunque no lo miremos en la historia aún, veremos el amor profundo de Dios para Sus hijas mostrado en la obediencia de Ester.
Te animo, mi querida amiga, a sentarte con Jesús por un momento hoy y descansar en el recordatorio que es una bendición para ti vivir dentro de los límites de Dios y seguir Sus mandamientos. Esto no es porque haciéndolo así removerá todo sufrimiento de tu vida o te convertirás en Su hija favorita, sino porque Dios ya se complace en ti. En Su deleite, te ha demostrado la manera que debes de caminar. A través de Jesucristo, ya somos Sus hijas altamente favorecidas y profundamente amadas, y eso es digno de deleitarse.
Andrea Lopez
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Semana 2 – Desafío
¿Cómo puedes vivir el llamado a estar en el mundo (en tu comunidad) pero no ser parte de él?
Semana 2 – Plan de Lectura
Semana 2 – Versículo a Memorizar