Hace poco pasé un fin de semana con un grupo de amigas, a algunas de las cuales conozco profundamente desde hace décadas y a otras las conocía menos íntimamente en ese momento. Leí los versículos de hoy mientras viajaba, preparándome para este estudio, y me llamó la atención la frecuencia con que el tema de la reconciliación aparecía en las historias que compartimos.
Todas hemos experimentado desacuerdos en nuestras amistades, familias o relaciones profesionales. A veces resolvemos nuestras diferencias y encontramos un nuevo nivel de comprensión y crecimiento. En algún momento nuestro orgullo se interpone en el camino. A veces llegamos a un compromiso y en otras, el conflicto nos deja amargadas y resentidas.
La verdad es que somos personas desordenadas. Nosotras llevamos todos nuestros prejuicios y cicatrices de batalla pasadas a cada relación y verdaderamente eso es una receta para la discordia. También somos personas intrínsecamente pecadoras, y en nuestros mejores momentos, seguimos cometiendo errores. Las relaciones y las reconciliaciones son complicadas y difíciles.
Antes de Jesús, nuestra relación con Dios estaba rota. Éramos extrañas y consideradas como enemigas de Dios (Romanos 5:10). Isaías 59:2 dice: “Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír.” Cuando reflexiono en este versículo desde un punto de vista mundano en realidad suena como una relación irreparable entre Dios y nosotras. Desde un punto de vista eterno, esto es considerado como una condenación eterna.
Pero Dios sacrificó misericordiosamente a Su Hijo Jesús, en la cruz para reconciliarnos con Él. Jesús hizo “propiciación por los pecados del pueblo” (Hebreos 2:17). 2 Corintios 5:17–18 explica: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación.” Cuando aceptamos el don de la salvación por medio de Jesús, nos reconciliamos con Dios (Romanos 5:10). Podemos hacer las paces con Dios mediante la sangre de la cruz (Colosenses 1:20).
Me encanta lo que se dice en 2 Corintios 5:21, “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” Verdaderamente, no podemos ganarnos esto y no merecemos esto.
Después de aceptar Su regalo de salvación, también es nuestra responsabilidad compartir con las demás cómo pueden reconciliarse con Dios. La aterradora descripción de nuestras vidas “antes de Jesús” es también la dura realidad de la vida “sin Jesús”. Amigas, animémonos a compartir las Buenas Nuevas. Hagamos que el cielo esté lleno de gente.
Sara
Semana 3 – Plan de Lectura
Semana 3 – Versículo a Memorizar