¿Alguna vez te has decepcionado de una amiga o un familiar, alguien a quien querías de verdad? Duele. La decepción es profunda. Puede ser difícil perdonar y definitivamente difícil volver a confiar. Sanar esas heridas lleva tiempo. A veces la relación desaparece o nunca vuelve a ser la misma. Muchas de nosotras podremos identificarnos con esto, en algún momento, porque vivimos en un mundo roto con personas rotas como resultado del pecado.
¿Cuán grande es, entonces, nuestra necesidad de Aquel que nunca romperá Sus promesas?
Aquel que nunca nos decepcionará, nunca nos defraudará, nunca nos abandonará ni traicionará nuestra confianza.
Es realmente maravilloso que podamos tener la confianza y la seguridad de que nuestro Dios fiel, cumplidor de los pactos y de las promesas, está con nosotros y para nosotros. La Navidad nos recuerda exactamente eso.
La venida de Jesús fue el cumplimiento de todas las promesas y profecías del Antiguo Testamento que Dios había dado a su pueblo. Sabía que necesitaban un Rescatador, un Salvador, un Redentor, el Mesías.
En Jesús, Dios ha cumplido perfectamente y nos ha dado todo lo que prometió. El apóstol Pablo nos lo recuerda cuando escribe en 2 Corintios 1:20
“Porque todas las promesas de Dios en él son si y por medio de el nosotros decimos Amen, para la gloria de Dios.”
Promesa de la Venida
La historia de la Navidad puede resultarnos tan familiar que perdemos la maravilla de lo asombroso que fue todo en realidad. El relato de la Natividad, recogido en el Evangelio de Lucas, cambió literalmente la vida de varias personas. Zacarías e Isabel, aunque ancianos y dubitativos, recibieron la promesa de un hijo, Juan (Lucas 1:5-25).
María, aunque tan joven, fue una sierva voluntaria del Señor y el nacimiento del Hijo de Dios se cumplió a través de ella, aunque parecía humanamente imposible (Lucas 1:26-38).
Los pastores, aunque socialmente se les consideraba ordinarios, fueron los primeros a quienes los ángeles proclamaron la buena nueva de gran alegría del nacimiento del Mesías, el que esperaban y anhelaban (Lucas 2, 8-20).
Y tanto Simeón como Ana, ancianos y llenos de fe, vieron cumplirse la profecía y la promesa mientras sostenían en brazos al niño (Lucas 2, 25-40). Dios respondió a sus oraciones y a sus más profundos anhelos de ver nacer al que sería el Rescatador de su pueblo y el Salvador del mundo.
Promesa Redentora
¿Y qué hay de nosotros hoy? ¿Hemos perdido la maravilla de que nuestro Dios Todopoderoso nos haga promesas?
Dios hizo promesas a los que eran sus enemigos y estaban lejos de Él, es decir, a nosotras. Dios prometió perdón, redención, amor inquebrantable, reconciliación, paz, transformación, misericordia, respuestas a la oración, vida eterna, y muchas otras cosas que son nuestras gracias a Jesús.
Tal vez, como yo, tengas algunas promesas específicas de Dios que te parezcan especialmente preciosas. Las atesoras en tu corazón, sacando fuerza, consuelo y esperanza de la seguridad que te da la Palabra de Dios.
Promesas para Recordar
Hace poco, yo estaba en una librería cristiana y vi en la sección de regalos una lata que contenía 50 tarjetas, cada una con una promesa diferente de Dios. Me recordó cuando hace años, siendo adolescente, me regalaron una caja de promesas, ¡que ha sido una gran bendición!
Esta caja de promesas era una pequeña caja de cartón con dibujos de colores, llena de pequeños rollos de papel enrollados. Podías sacar cada rollo con unas pinzas. Cada trozo de papel se abría para revelar una promesa de la Palabra de Dios. Conocemos la importancia de leer la Palabra de Dios en su contexto y aprender de todas las Escrituras, pero había una verdadera alegría en recordar diariamente las promesas hechas y cumplidas en Jesús.
Abramos juntas ahora esa caja de promesas y seamos bendecidas al considerar algunas de las mismas palabras pronunciadas por Jesús en promesa a su pueblo.
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados y yo os hare descansar”. Mateo 11:28
La Navidad puede ser una época estresante por las presiones económicas añadidas, agotadora por todo el ajetreo adicional, o solitaria y dolorosa por la silla vacía en la mesa. Jesús habla a nuestros corazones y nos llama a Sí mismo, ofreciéndonos el descanso que Él sabe que nuestras almas necesitan, junto con la seguridad de Su presencia y ayuda.
“La paz os dejo, mi paz os doy… No se turbe vuestro corazón ni le falte valor”. Juan 14:27
Uno de los nombres de Jesús que solemos recordar en Navidad al leer la profecía de Isaías (Isaías 9:6) es “Príncipe de la Paz”. El mismo que es la paz nos promete su shalom, una paz profunda que guarda nuestros corazones y nuestras mentes, incluso en medio de la ansiedad, la prueba o la tristeza.
“Yo Soy la Resurrección y la Vida”. Juan 11:25
Somos prometidas para la vida eterna cuando nos arrepentimos y confiamos en Jesús. La muerte no tiene la última palabra. No es el final. Tenemos la garantía, porque servimos a un Salvador resucitado, de que nosotros también podemos conocer la esperanza de la resurrección. La Navidad puede ser triste y dura cuando los que amamos están en el Cielo. Que conozcamos el consuelo de Jesús. Él lloró la muerte de Lázaro y conoce nuestro dolor. Que también nos animemos y fortalezcamos con Su victoria sobre la muerte y la seguridad de la vida eterna con Él. Que la esperanza del Cielo brille en estos días de Adviento.
“Sabed que Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Mateo 28:20
Nunca estamos solas. Jesús ha prometido no dejarnos ni abandonarnos nunca. Él es Emanuel – Dios con nosotras. Hoy y siempre.
“Vendré otra vez y os tomaré para que estéis conmigo….” Juan 14:3
En Navidad celebramos la primera venida de Jesús como niño en Belén, pero también vivimos a la luz de la promesa de que volverá. Jesús volverá y hará nuevas todas las cosas, y estaremos con Él para siempre. ¡Qué esperanza tan gloriosa tenemos!
Oro para que sean bendecidas, y para que nuestro corazón se anime hoy, impulsado a una confianza más profunda en nuestro Dios fiel, manteniéndose firme en Sus promesas que son todas SÍ: confirmadas, aseguradas y cumplidas en Jesús.
Juntos declaramos AMÉN, mientras vivimos sólo para la gloria de Dios.
Con amor,
Katie
Semana 4 – Plan de Lectura
Semana 4 – Versículo a Memorizar