Cambiado para Mejor

 

 

Mis hijos me dijeron a principio de este año que si rompes lo prometido por el meñique (una promesa hecha mientras tu meñique envuelve el meñique de otra persona) ¡entonces tu meñique se caerá! Esto es algo nuevo desde que yo era joven. Pero afortunadamente para ellos (¡y para nosotras!) esto no es verdad.

Los pactos son acuerdos formales donde una o ambas partes hacen promesas acerca de lo que harán. En la Biblia, Dios hizo pactos con Abraham, Moisés, y David junto con algunos otros. En estos pactos Dios se comprometió repetidamente a ser su Dios, y ellos (y sus descendientes) serían Su pueblo.

El pacto de Dios con Abraham era establecerlo como el padre de una gran nación y que todas las naciones serían bendecidas a través de su Simiente.  A través de Moisés, Dios rescató a Su pueblo de la esclavitud. Hizo otro pacto con ellos donde estableció lo correcto y lo incorrecto para que el pueblo de Dios viviera en la Tierra Prometida. Así constituyó a los descendientes de Abraham como una gran nación.  La importancia de la obediencia a Dios se detalla con bendiciones y maldiciones, con el propósito de que Su nación fuera un testimonio para otras naciones. Llegamos al rey David, y Dios hizo otro pacto con él, prometiendo que tendría un rey en su línea cuyo trono sería para siempre, Él gobernaría perfectamente y todas las naciones  serían bendecidas a través de Él.

A lo largo del Antiguo Testamento, mientras Dios le es fiel continuamente a Su pueblo, el pueblo de Dios falló en vivir conforme a los requerimientos y promesas del pacto. El pueblo de Dios fue infiel reiteradamente.

El profeta Jeremias, citado en Hebreos 8, predijo un nuevo pacto no escrito en tablas de piedra sino en los corazones y mentes del pueblo de Dios, un pacto transformador.

Ezequiel también vio la necesidad  de que los corazones fueran transformados por Dios (vèase Ezequiel 11:18-20 y 36:25-28). Un pueblo que lo ame con todo su ser, ha sido el deseo de Dios desde la creación de Adán y Eva.

El antiguo pacto era bueno, pero la ley no tiene el poder de transformar corazones.  A lo largo del antiguo pacto, los sacrificios tenían que hacerse una y otra vez, los sacerdotes y reyes murieron, y nuevos sacerdotes y reyes los reemplazaron, cada uno de ellos pecadores. La ley destaca nuestra incapacidad de ser santas y nuestra necesidad de ser rescatadas por el Mesías prometido. No podemos cumplir nuestra parte del pacto, merecemos la separación de Dios.

 

¡Afortunadamente Dios entra en la historia, en la persona de Jesús, y todo cambió! No fue sino Jesús quien guardó y cumplió perfectamente el antiguo pacto.  Jesús estableció el nuevo pacto en La Santa Cena cuando dijo, “Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí.” (1 Corintios 11:25).

Jesús vivió una vida perfecta de acuerdo a la ley, y murió como nuestro sacrificio.  Él resucitó tres días después, venciendo el poder del pecado y de la muerte. Su sacrificio en la cruz, que fue una vez y para siempre, satisfizo todo requerimiento.  A través de Su sacrificio Él nos hace santas.

Dios interviene de esta manera para que podamos tener corazones transformados por la morada del Espíritu Santo, quien trae vida. “Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, Y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo. (2 Corintios 6:16). Ahora podemos adorar y servir a Dios de todo corazón, como fuimos creadas.

El pacto de Dios para con nosotras cambia para mejor a través de Jesús.  Como no pudimos cumplir nuestra parte del pacto, ¡Dios lo hace por nosotras!  Él establece un nuevo pacto basado en la muerte y resurrección de Jesús. ¡Somos rescatadas! Hemos sido hechas aptas a través de Cristo, Él nos limpia y nos hace santas.  El nuevo pacto es más grande que el antiguo porque nos proporciona una “redención eterna” (Hebreos 9:12) Dios ya no recuerda nuestros pecados y nos brinda una “herencia eterna” (Hebreos 9:15).

En Cristo, nuestros corazones de piedra son removidos y reemplazados por corazones de carne. Somos llevadas de la muerte espiritual a la vida a través del regalo de la gracia de Jesús. Él es el Rey eterno. A través de Él todas las naciones  de la tierra son bendecidas. Jesús nos rescata, redime, y bendice más allá de toda medida.  A cambio, somos siervas incondicionales y extremadamente agradecidas del nuevo pacto.

Tu eres nuestro Dios, nosotras tu pueblo.

Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Hebreos 13:20-21

Julie

 

 

 

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