Anclada en Jesús

 

“Que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos.” 2 Corintios 4:8-10

 

Todas hemos pasado por temporadas como ésta. Tiempos donde nos sentimos rodeadas por los problemas. Temporadas donde somos aplastadas por el dolor y la pena. Situaciones que nos dejan perplejas. Relaciones que nos hacen sentir abandonadas. Circunstancias que nos derriban y amenazan con destruir todo lo que conocemos y amamos. 

 

Entonces, ¿a dónde nos volteamos cuando tenemos que encarar estas cosas? Tratamos de convencer a todo mundo que todo está bien, y en el intento también tratamos de convencernos a nosotras mismas de ello. Pero ¿hacia dónde vamos cuando nos sentimos completamente solas, sin esperanza y sin ninguna aspiración ni esperanza? 

 

Vivir en esperanza es una lucha que exige fuerza y perseverancia. El demonio, así como nuestras propias dudas y temores, es capaz de influenciarnos y tentarnos a perder la esperanza. Podemos pasar por sufrimientos, pero aún podemos vivir con esperanza. Pablo le recuerda a la iglesia en Corinto su esperanza al recordarles la verdad: sí, han experimentado dificultades, pero ninguna que los aplaste, las circunstancias los han dejado perplejos, pero no desamparados; han sido perseguidos por sus enemigos, pero nunca han sido abandonados por Dios; fueron derribados, pero no destruidos. 

 

La razón por la cual no fueron aplastados, desamparados, abandonados o destruidos fue que ellos recordaron tener esperanza. Al recordar y creer en el carácter de Dios y en la promesa de Cristo, ellos llevaron consigo Su muerte cada día. Jamás dejaron de vivir a la luz de la verdad y esto les permitió ser testigos para los que estaban a su alrededor y no conocían a Cristo. 

 

 La esperanza es la confianza de esperar en Dios cuando no podemos saber lo que sucederá. La perseverancia consiste en permanecer colocando nuestra esperanza en la bondad de Dios cuando nuestras circunstancias nos dicen que es mejor rendirnos. 

 

Hay temporadas y situaciones donde esperar en Dios nos parece imposible. Cuando la pérdida, la decepción, el dolor y el sufrimiento nos golpean, la última cosa que sentimos es que podemos resistir. Pero sin importar lo que sintamos, aún podemos aferrarnos a la esperanza. Nuestros sentimientos no están por encima de la bondad de Dios. Nuestros sentimientos no detienen a Dios para trabajar para nuestro bien y redimir nuestra situación. Nuestro cansancio y lamento no retienen a Dios de proveer lo que necesitamos o lo que nuestro corazón desea. 

 

No estamos aplastadas cuando fijamos nuestra mirada en Jesús.

No estaremos desamparadas cuando fijamos nuestra mirada en Jesús. 

Nunca seremos abandonadas por Jesús. 

Y no seremos destruidas porque Jesús ya ha ganado. 

 

Aún en medio de nuestro sufrimiento no hay algo que pueda anular las promesas de Dios. No existe una cantidad de oposición, persecución, dificultad o sufrimiento que pueda alterar el plan de Dios. Mientras Él sigue siendo fiel, nosotras podemos serle fieles al permanecer en nuestra esperanza. Cuando seguimos poniendo toda nuestra fe en Cristo, cuando recordamos su muerte y todo lo que ha hecho por nosotras, podemos vivir en victoria. El sufrimiento que hoy soportamos es, en realidad, ligero y momentáneo si lo comparamos con la maravilla que es estar con Él. 

 

El enorme gozo de conocer a Cristo siempre será mayor que nuestro dolor y sufrimiento, mayor que nuestras batallas y penas. Coloquemos nuestra esperanza en Él una vez más, por encima de lo que sentimos. Esperemos en él cuando no sepamos lo que va a pasar, pongamos nuestra esperanza en Su bondad cuando las circunstancias nos empujen a rendirnos. 

 

Melissa

 

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