Amor Obediente

Alguna vez fui una rebelde.

Testaruda.

Cabeza dura.

Desobediente.

Una de las primeras cosas que Dios empezó a trasformar después que me regaló la salvación fue mi naturaleza rebelde. Dios realmente hizo Su obra. Después de años de desobediencia voluntaria, por la gracia de Dios, me comprometí a obedecerle y a servirle.

Después de la salvación, la vida de un creyente tiene una nueva trayectoria dirigida hacia Dios. La obediencia a Dios es el distintivo de una vida santa renovada.

Nuestra obediencia demuestra a las personas a quién pertenece nuestra lealtad.  Cuando escogemos a Dios antes que a nuestros propios deseos egoístas, demostramos que le amamos por encima de todo, incluso de nosotras mismas.

Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él. 1 Juan 2:3-4

Como nueva creyente, estaba completamente comprometida a obedecer a Dios. Lo hice mi pasión. Mi misión. Sin embargo, poco a poco empecé a tratar a la obediencia como mi medio para obtener la aprobación de Dios y ganarme Su favor.

Cuando maltrataba a un compañero de trabajo o hablaba negativamente de alguien, sentía una culpa tremenda. Inmediatamente pensaba que corría el riesgo de perder el amor de Dios.  De alguna manera, pasé de obedecer a Dios por amor a servirle y obedecerle por el miedo y la obligación legalista.

Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos. 1 de Juan 5:3

Es importante poner atención al orden de las palabras en 1 de Juan 5. El amor a Dios viene primero, después sigue nuestra obediencia.

Nuestra obediencia no es lo que produce fe y amor. Efesios 2:8-9 nos dice que nuestra fe salvadora es un regalo de Dios. 1 de Juan 4:19  nos dice que la única razón por la cual amamos a Dios es porque Él nos amó primero.

Por lo tanto, nuestra obediencia debería ser siempre el resultado del amor de Dios, no una transacción que hacemos para obtener Su amor.

No me mal interpretes.  La obediencia a la Palabra de Dios y a Sus mandamientos son extremadamente importantes. Como creyentes somos llamadas a construir nuestras vidas sobre la Palabra de Dios como nuestro firme fundamento. Dependemos de la Biblia para obtener sabiduría, conocimiento y paz. Es nuestra fuente de seguridad y garantía de nuestra identidad.

Si nosotras realmente amamos a Dios, buscaremos conocerlo, conocer Su Palabra, y guardar Sus mandamientos.  Cuando nuestra fe sea genuina, la obediencia será el resultado.

¿Pero qué pasa cuando le fallamos a Dios?

Afortunadamente, Dios sabía desde el principio de los tiempos que le fallaríamos.  Es por eso que Dios nos ha dado a Su Hijo, Jesús, quien hizo lo que nosotras no pudimos. Jesús permaneció perfecta y completamente obediente a la autoridad de Dios, incluso hasta la cruz.

Debido a que Jesús vive dentro de los creyentes, Dios nos ve como ve a Jesús: perfectamente justas, santas, hijas amadas. Por lo tanto, somos libres de servir y obedecer a Dios con todo nuestro corazón con osada despreocupación, sabiendo que Él nos ama sin importar lo que pase.

Pero el que guarda su palabra, en este verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado;

por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.

1 de Juan 2:5-6.

Si desobedecemos a Dios y a Su Palabra podemos, confiadamente y sin vergüenza,  correr y arrojarnos sobre el trono de la gracia de Dios.  Confesamos honestamente nuestra lucha por obedecerle. Derramamos nuestro corazón ante Él con sinceridad y humildad. Después de una humilde confesión y genuino arrepentimiento, confiamos en Dios. Lo seguimos una vez más, sabiendo que somos amadas, sabiendo que Dios ya ha derramado sobre nosotras Su misericordia y perdón, sabiendo que somos perdonadas, restauradas y renovadas.

Al crecer en mi caminar cristiano, mi mundo entero cambió cuando empecé a reconocer que el amor de Dios es tan incomprensible e inagotable que, incluso cuando no le obedecía, Él me amaba de la misma manera. Este amor misericordioso me indujo a escoger seguirle, servirle y obedecerle.  La obediencia a Dios se convirtió en mi acto de adoración a Él por Su gran amor por mí.

Cuando le fallemos a Dios, recordemos que nuestra salvación nunca se basó en nuestro comportamiento o en nuestro nivel de obediencia. Recordemos que nuestra relación con Dios es fija e invariable. Recordemos que tenemos la plenitud del amor de Dios y Su deleite.

Recordemos Su amor, y sigámoslo obedientemente una y otra y otra vez.

¿En qué área de tu vida necesita trabajar más el Espíritu Santo para que llegues a ser más disciplinada y obediente a Dios? ¿Cómo podemos orar por ti?

Paz y gracia para ti,

Terria Moore

 

 

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