“Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado, y el principado sobre su hombro. Se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.”Isaías 9:6
A lo largo del Antiguo Testamento leemos cómo el pueblo de Israel, debido a su desobediencia, cayó en manos de sus enemigos repetidamente. Esa era la condición en la que se encontraban cuando fue escrito el libro de Isaías. Israel estaba siendo oprimido por los Asirios. Se vivían tiempos de tristeza, dolor y sufrimiento. En medio de toda esta situación, les fue dada una profecía: “el pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos…” (v.2)
La promesa del nacimiento del Mesías era muy esperanzadora y un gran motivo de celebración para ellos, pues después de tantos años de exilio y opresión, por fin llegaría su restauración. En ese momento, el pueblo de Dios esperaba una liberación momentánea, como lo había sido en las ocasiones anteriores, pero lo que Dios les estaba anunciando tendría un impacto que sobrepasaría todas las generaciones. Este niño nació para beneficio de toda la humanidad, de todos los pecadores, para salvación de todos los que creen en Él, desde el principio hasta la eternidad.
Dios nos ha dado a su Hijo, el Salvador del mundo. Jesús es el Mesías prometido. Él vino a hacer una obra que nadie puede hacer: traer salvación verdadera. Hoy, a través de ese nacimiento prometido y cumplido, tú y yo somos parte de la familia de Dios. La esclavitud ha sido quitada y podemos experimentar una vida de libertad, de luz y de paz, únicamente gracias a la obra del Mesías.
Nos hemos convertido en ese pueblo escogido para vivir junto a Él, atendiendo a Su voz como nuestro Admirable consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno y Príncipe de Paz, con quien tenemos una relación viva y constante que nos debe llevar a hacer siempre el bien.
Amado Dios, gracias por enviar a tu Hijo Jesús para salvación al mundo. Gracias por Tu misericordia al habernos rescatado de una vida de pecado y hacernos vivir bajo Tu luz. Te pido mi Señor que cada día vivamos conscientes de que Tú has cumplido siempre Tus promesas, y de que volverás como lo dice Tu palabra. Ayúdanos a esperarte con fidelidad cada día, hasta estar contigo por la eternidad. En el precioso nombre de Jesús, nuestro Salvador oramos, amén.
Sirviendo a Cristo,
Joana Báez