“Gracias por llamar a la línea de servicio al cliente. Presione 1 para finanzas, presione 2 para …blah,blah, blah.” Alguno de los peores momentos en los que he perdido mi compostura (y se que parece ridículo) ha sido con el contestador automático del servicio al cliente y le grito “yo solo quiero hablar con alguien real”
Algunas veces es complicado ponernos en contacto con las personas que deseamos o que necesitamos. Así que jugamos a corre que te pillo. Nos cruzamos a horas en las que estamos ocupadas. Y por más conexiones tecnológicas en la actualidad, es un tanto impersonal y solitario muchas veces.
Detente y piensa en esto por un minuto porque es realmente increíble: Tienes acceso inmediato, directo y a cualquier hora al Dios de la Creación. Una línea directa. Está en tu número de acceso inmediato.
No hay un asistente, no hay corre que te pillo, no hay diferencia de idioma, no hay contestador automático.
Él está disponible para escucharte y esperando que le llames. No está demasiado ocupado. No está distraído. Dios no se irrita con tus peticiones, no se asusta de tus preguntas o se decepciona con las dudas que tengas.
Este es uno de mis versículos favoritos:
“Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna” (Hebreos 4:16).
Este versículo nos dice que podemos acercarnos con confianza porque Jesús ha ido delante de nosotros, Él es compasivo y comprensivo con nuestras tentaciones.
Nuestro mundo le resta importancia -y a veces se burla- al poder de la oración, pero la Biblia es absolutamente clara sobre el inmenso poder de la oración. Mateo 7:7–8 nos dice, “Pidan, y se les dará; busquen, y hallarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.”
Dios ha demostrado repetidamente el poder de la oración cuando los creyentes oraron por sanación, victoria, sabiduría y protección. Nuestro versículo de hoy relata cómo una mujer resucitó de entre los muertos tras la oración de Pedro (Hechos 9:40).
Si conocemos el poder que tiene la oración, ¿por qué vacilamos?
Algunas veces, me quedo callada porque no se realmente que debo pedir. Y eso está bien porque Dios conoce nuestros corazones. Romanos 8:26 dice, “De la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. No sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.”
Dios no se siente incómodo en el silencio. Cuando me faltan las palabras, lo hago de forma sencilla: Dios, acércate. Ayúdanos. Danos discernimiento. Danos paz. Protégenos.
La oración solía intimidarme, sentía que debía tener una forma correcta con frases cliché que la multitud de la iglesia conocía. Pero Dios no está buscando un orador público con experiencia. El poder de la oración está en Él, no en ninguna de nosotras ni en nada de lo que hagamos. Ahora pienso en la oración más como una conversación cómoda con un amigo íntimo. Puedo despojarme de las capas que me echó encima y hablar libremente sin preocuparme por los chismes o el juicio. Es un espacio seguro.
A veces me preocupa que Él diga que no. ¿Y sabes qué? A veces lo hace. La oración no es una herramienta para que hagamos de Dios una marioneta. Él se conmueve con nuestras oraciones, y las responde, pero no siempre como nosotros lo hubiéramos hecho. (Un consejo de uno de mis más queridos mentores fue: lleva un diario de tus oraciones. Puedes mirar hacia atrás y te sorprenderás de cómo Dios respondió a tus peticiones, grandes y pequeñas). Nuestras oraciones siempre son respondidas de acuerdo con Su voluntad, y eso puede ser difícil de entender desde nuestra limitada perspectiva humana. Pero Jesús nos asegura que “nada será imposible” si tenemos “fe del tamaño de un grano de mostaza” (Mateo 17:20).
Amiga, ven tal como eres. Animémonos a pasar más tiempo en oración -hablando y escuchando- para ver qué montañas podemos mover. Qué fuerza podríamos tener en este mundo si liberáramos plenamente el poder que Dios nos ha dado a través de la oración.
Sara