Como creyentes, somos partícipes de la paz divina porque sabemos que Jesús ha vencido al mundo. Vivimos sabiendo que “consumado es”, ya que el Cordero de Dios ha vencido al mundo y abrió el camino para que podamos ser cercanos a Dios. Por el sacrificio de Jesús, tenemos un acceso confiable a Dios en cualquier hora del día. Estamos frente a Dios, cubiertos por la sangre del Cordero cuando nos arrepentimos por nuestros pecados, porque Dios hizo a Aquel que no conoció pecado en pecado para que pudiéramos ser justificados por Dios (2 Corintios 5.21). ¡Alabado sea Dios por el sacrificio de Jesús y el regalo de la paz!
Es hermoso conocer íntimamente a Jesús, el Príncipe de Paz. Él nos ha extendido e investido con Su paz. Y no es una paz como la que el mundo ofrece, porque la paz que él nos da nadie nos la puede quitar (Juan 14:27). También Jesús nos ha dado al Espíritu Santo que trae consigo el fruto de la paz. Necesitamos confiar en el Espíritu y caminar con Él, porque Dios nos llamó a una vida pacífica con Él y con los demás.
Vivir en paz con Dios, que viene antes de cualquier otra cosa, implica reconocer que necesitamos de Su gracia, arrepentirnos de nuestros pecados y colocar nuestra fe en Jesús. En tanto que ser salvas y selladas con el Espíritu es una cosa de una sola vez, arrepentirse es un proceso continuo. En esta tierra, pecaremos. Pero cuando caminamos con Dios, nos hacemos conscientes de nuestro pecado, le pedimos que nos lave y nos perdone, y nos haga nuevas. Sabemos que al confesar nuestros pecados a Dios, él es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda injusticia (1 Juan 1:9). Así, recibimos su gracia y nos la predicamos a nosotras mismas todos los días. Este proceso de confesión y arrepentimiento nos trae paz para con Dios y le trae honor. El sacrificio agradable a Dios es un corazón contrito y humillado (Salmo 51:17).
También estamos llamadas a vivir pacíficamente con otros, especialmente con nuestros hermanos en la fe. Estamos llamadas a ser humildes y poner las necesidades de otros antes que las nuestras (Filipenses 2:3). Estamos llamados a incluir y no excluir o ser favoritistas (Santiago 2:1). Estamos llamadas a ser mujeres de misericordia y gracia, perdonando a otros asi como Dios os ha perdonado ( Colosenses 3:13). Estamos llamadas a no juzgar a otros sino a dejar que Dios sea el Juez de todos (Mateo 7:1). Estamos llamadas a hablar palabras de vida; es tan fácil hablar mal a las espaldas de nuestros hermanos, por lo que debemos guardar de pecar de esta forma ( Efesios 4:29). Pero por encima de todo, estamos llamadas a amar a Dios, quien nos amó primero, porque el amor es el cumplimiento de la ley y la marca definitiva de un creyente ( 1 Juan 4:19).
Calzar nuestros pies con el evangelio de la paz significa caminar en cualquier terreno con confianza en nuestra nueva identidad como hijas de Dios y en amor genuino hacia otros. En Juan 13 , antes de que Jesús mostrara este gran acto servil al lavar los pies de sus discípulos antes de Su muerte, se nos dice que Jesús sabía que él venía de Dios e iba hacia Él (v.3). Esta confianza y seguridad le permitieron servir a Sus discípulos, incluso a aquel que lo traicionaría. Aquí, Jesús nos modela cómo debe verse alguien que se ha calzado el evangelio de la paz. Estar frente a Dios y recibir Su paz nos hace estar listas para servir y amar, porque conocemos y creemos que somos de Dios y volveremos a Él.
Amiga, mi oración es para que seamos mujeres pacíficas-canales por los cuales las Buenas Nuevas de la gracia de Dios fluyan y proliferen. Busquemos primeramente el Reino de Dios y Su justicia y caminemos paso a paso con el Espíritu. Dejemos al Príncipe de Paz, Jesús, reinar en el trono de nuestros corazones y recordarnos quiénes somos verdaderamente: en esta tierra, somos de Dios, y vamos a volver a Él.
Grace Ann