Todos tenemos algún área de nuestra vida en la que luchamos con el pecado. ¡La lucha es real!
Sí… ¡Incluso los cristianos!
A menudo somos nosotras las que tenemos un momento especialmente difícil con nuestra lucha, porque estamos ocupadas tratando de ocultarla a nuestras hermanas en Cristo.
Una de las muchas áreas con las que lucho, es el pecado del orgullo. El orgullo puede ser particularmente difícil, porque me coloca en oposición directa con Dios y puede amenazar mi relación con Él (Santiago 4:6).
A pesar de que lucho con mi pecado, todavía puedo tener la seguridad de que Dios es fiel incluso cuando yo no puedo serlo (2 Timoteo 2:13).
Cuando mi carne orgullosa me engaña haciéndome creer que puedo manejar mis tentaciones por mí misma, el Espíritu me insta a correr al trono de la gracia de Dios (Hebreos 4:16).
Cuando mi carne orgullosa me engaña haciéndome creer que solo debo confesar mi pecado a Dios, el Espíritu me anima a confesarlo no solo a Dios, sino también a mis hermanas en Cristo (Santiago 5:16).
Cuando mi carne orgullosa me engaña haciéndome creer que estoy demasiado ocupada para orar o que podría orar fácilmente por mí misma, el Espíritu me motiva a pedir oración a mis hermanas en Cristo (Santiago 5:16; Gálatas 6:2; Efesios 6:18).
No tengo que esconderme por vergüenza, porque Dios me ama incondicionalmente (1 Juan 4:16).
Mi lucha con el orgullo también me da razones para regocijarme porque Dios es mi ayuda constante y mi esperanza constante (Sal. 46:1; Rom. 15:13). Ya sea en los días buenos o cuando estoy luchando con el pecado, siempre tendré una razón para alabarlo y hablar de Su gran amor por mí.
Creo que tengo más en común con el rey Nabucodonosor de lo que alguna vez pensé.
Hasta ahora, hemos visto la progresión muy lenta de la conciencia de Dios, del rey Nabucodonosor, pero aún no ha experimentado a Dios por sí mismo. Eso es hasta el capítulo 4 de Daniel.
El problema del rey Nabucodonosor era que su orgullo lo cegaba al poder, la fuerza y la majestad de Dios. Debido a que el rey no dejaba de lado su arrogancia y orgullo pecaminoso, vio las bendiciones de su vasto reino como obra suya, no de Dios (Dan. 4:30). En resumen, el rey Nabucodonosor estaba robando la gloria de Dios.
Después de un encuentro muy humillante con Dios en el que pierde su reino y es oprimido bajo la autoridad de Dios (Dan. 4:31-33), el rey finalmente sabría que es Dios quien gobierna tanto el reino humano como el celestial (Dan. 4:34-35).
La experiencia del rey con Dios es tan transformadora que lo cambia a él y a su relación con Dios. Trajo tanto gozo y estabilidad el ser restaurado por Dios que el rey Nabucodonosor escribiría una carta a todo el reino diciendo: “Me deleita en contarles acerca de las señales y maravillas que el Dios Altísimo ha hecho por mí (Dan. 4:2)”.
1 Pedro 3:15 “Más bien, honren a Cristo como Señor en su corazón, y estén siempre preparados para responder a cualquiera que les pida razón de la esperanza que tienen.” (TLA)
Tendemos a hablar de las cosas que amamos. Aunque amo a mi esposo y a mis hijos más que a nada en el mundo, honestamente no puedo compararles con la grandeza, la gloria o la majestad de Dios. Por lo tanto, ora y pídele a Dios, cómo debes hacerlo todos los días, que te ayude a amarlo a Él por encima de todo lo demás (Mateo 22:35).
Estamos llamadas a estar listas para compartir con cualquier persona en cualquier momento todo lo que Dios ha hecho por nosotras, tal como finalmente lo hizo el rey Nabucodonosor.
Además de caminar con Dios, una de las mayores alegrías de mi vida es compartir las miles de formas en que Dios me ha ayudado, me ha rescatado y me ha redimido. A veces eso significa que debo humillarme y compartir mis continuas luchas con el pecado.
Sin embargo, Dios es fiel. Para los cristianos, Él nos limpió de todos los pecados, pasados, presentes y futuros, el día que nos volvimos a Él para la salvación (1 Juan 1:9). Cuando Dios nos ve, ve la justicia de Su Hijo y se complace con Su sacrificio por nosotros (Efesios 5:2).
Ore y pídale a Dios el coraje y la valentía para hablar de Dios, para compartir sus luchas y las formas en que Dios le ha ayudado en medio de ellas.
Paz y gracia a vosotras,
Terria